lunes, 1 de septiembre de 2008

domingo, 3 de agosto de 2008

sábado, 28 de junio de 2008

MANUEL SUBIRANA CMF









MANUEL SUBIRANA
El Angel de Dios en Honduras














Pedro García
Misionero Claretiano












Este librito está todo sacado de los trabajos ya existentes del jesuita Padre Santiago Garrido, del Lic. Ernesto Alvarado García y de los valiosos apuntes inéditos del Padre Valentín Villar, aparte de las vidas documentadas de San Antonio María Claret y del Padre Esteban de Adoain. Además de éstos, han escrito sobre Subirana historiadores beneméritos como Rafael González y Sol, Pompilio Ortega, Esteban Guardiola, Luis Mariñas Otero y otros. A todos, mi deuda y gratitud. Finalmente, se ha confrontado con la abundante documentación del Arzobispado de Tegucigalpa de cuando en 1937 se exhumaron en Yoro los restos del santo Misionero.
Contenido

Presentación
EL IDEAL QUE SE REALIZA
1. Un manresano
2. Estudiante y seminarista
3. Hasta 1850
4. Con el Arzobispo de Cuba
5. En la “Viña Joven”
6. Una comunidad de santos
7. Dificultades desde el principio.
8. Amaestrado por el Arzobispo
9. La primera Misión de Subirana
10. Más y más Misiones
11. Arrecia la persecución
12. Hasta que llega lo de Holguín
13. El adiós a Cuba
INTERMEDIO
14. ¿Quién es Subirana?...
]5. Hacia Centroamérica
16. Honduras, la nueva patria
EL APOSTOL DE HONDURAS
17. El primer escenario
18. En la Mosquitia hondureña
19. ¡A trabajar sea dicho!...
20. Los indios eran así
21. Éstos serán sus hijos
22. Con blancos y ladinos
23. Yoro, punto de convergencia
24. Bautizar sin precipitaciones
25. ¿Sería verdad lo del cacique?...
26. En Nicaragua y en El Salvador
27. El filibustero William Walker
28. Los dos Presidentes
29. Apóstol de la liberación
30. Un cuadro denunciado por el profeta
31. De la palabra a la obra
32. El Reglamento de los 12 puntos
33. ¿Y la actitud del Gobierno?...
34. Dios premia a Guardiola
35. Subirana, colonizador
36. Subirana, agrimensor
37. Los frutos, a la vista
38. Subirana, educador
39. Subirana, catequista
40. Cantor que hacía cantar y era cantado
41. Subirana, santificador del pueblo
42. El Padre era un santo
HISTORIAS, LEYENDAS, HECHOS Y DICHOS...
43. Casos y más casos
EL HÉROE QUE SE RETIRA
44. Oteando el poniente
45. Caído en plena brecha
46. ¿Había muerto el Padre Subirana?...
47. Una procesión triunfal
Claret acerca de Subirana
PRESENTACION

La elección de un nombre
Los indios Jicaques son de lo más original que uno se puede encontrar en Honduras. Dueños de la Montaña de la Flor, perteneciente al Municipio de Orica a unos setenta kilómetros de Tegucigalpa, ni admiten entre ellos a nadie ni atacan a nadie tampoco. Son la estampa perfecta del “ni envidiados ni envidiosos”... No conocen el dinero para nada ni para nada les interesa. Cuando necesitan algo, salen de su dominio y hacen el cambio de mercancía: arroz, café, maíz, frijol... No entran en ningún censo, aunque se calculan entre mil quinientos o dos mil a lo más.

Hace ya muchos años que unos sacerdotes intentaron acercarse a ellos, pero no fueron admitidos. Su réplica escueta fue, sin más explicación:
-No. Porque e1 Angel de Dios nos prometió volver.
En 1965 otro sacerdote, el redentorista Padre Valentín Villar, encuentra a un grupo en la Plaza de los Dolores de Tegucigalpa. Reconocen al religioso, bien ensotanado, el cual se les ofrece también a ir con ellos para catequizarlos. Idéntico resultado:
-No. Porque eso lo hará el Angel de Dios, que tiene que volver a vernos. Él nos lo prometió.

Y en esta espera están desde 1864, cuando el misionero español Padre MANUEL SUBIRANA se despidió de ellos. Había pasado con aquellos indígenas poco tiempo, aunque hizo lo que en todas partes: reunir en poblados a los indios dispersos, colonizarlos, catequizarlos, bautizarlos... Ahora se iba a Yoro, con intención de volver pronto. Pero le sorprendió la muerte en Yojoa desde donde volaba al Cielo aquel misionero extraordinario, bautizado certeramente por unos indios de la selva y de la montaña, que no saben leer más que en el firmamento estrellado, como EL ANGEL DE DIOS en Honduras...

Hace años que se me ha pedido este librito de divulgación sin entrar en investigaciones de historiadores especializados, a fin de promover la devoción al “Santo Misionero”, tan arraigada en el pueblo, con la esperanza de conseguir su glorificación por parte de la Iglesia. Ojalá contribuya tan modesto trabajo a acelerar la posible y anhelada Beatificación del Padre Subirana, que, colocado en los altares, sería una bendición para la Iglesia de Dios que peregrina en Honduras.

Pedro García Cmf


MANUEL SUBIRANA
Misionero y Santo

1. Un manresano
Llamarle a Subirana “un manresano” es decirle un catalán castizo, de la industrial provincia de Barcelona en el Noreste de España, e hijo de la Iglesia en la diócesis de Vic, que por sus obispos, pensadores y santos influyó como ninguna otra en la vida religiosa española del siglo diecinueve.

Manuel pudo estar orgulloso de su ciudad natal: Manresa.
Sobre ella, desde el Este, se proyecta la sombra de la montaña incomparable de Montserrat, Sinaí del pueblo catalán, nido de águilas donde puso su altar la Virgen “Moreneta”.
Manresa, bordeada por el río Cardoner, el mayor afluente del vecino Llobregat, en cuyas márgenes surgen pujantes y ricas las colonias de sus fábricas textiles.
Manresa, coronada por su imponente iglesia de la Seo, semigótica de una sola nave.
Manresa, sobre todo, la de la Santa Cueva, donde Ignacio de Loyola, el peregrino penitente, escribió sus Ejercicios Espirituales, el librito más denso y trascendente brindado por Dios a la Iglesia en los últimos siglos.

Manuel nace el año 1807, en los mismos días en que venía al mundo San Antonio María Claret en la vecina ciudad de Sallent. Dios iba a unir de tal modo las vidas de Subirana y de Claret, que a nosotros nos va a ser imposible separarlas ni en el tiempo, ni en espacio, ni en los ideales, ni en las aventuras misioneras, ni ―¡Dios lo quiera!―, tampoco en los altares...

El esquema de su vida, ni corta ni larga, es sencillo:

1807: Nace en Manresa.
1825: Seminarista en Vic.
1834: Sacerdote. Ministerio en su natal Manresa.
1845: Misionero itinerante por Cataluña.
1850: Con el Arzobispo Claret, misionero en Cuba.
1856: El apóstol de Honduras.
1864: Muere en Yojoa y es sepultado en Yoro.

Recorramos con placer del alma los 57 años de la vida de “El Santo Misionero”, “E1 Angel de Dios”, Padre Manuel Subirana, a fin de que se nos pegue un poquito o un mucho de su espíritu verdaderamente grande...

2. Estudiante y seminarista
Hijo de una humilde familia trabajadora, Manuel debió estudiar la primaria en una escuela pública de la ciudad, mientras que la secundaria la hizo probablemente en el colegio de la Compañía, pues lo vemos miembro de la Congregación de la Inmaculada y de San Luis, llevada por los Padres Jesuitas.

A los 18 años ingresa en el Seminario diocesano de Vic, centro prestigioso del saber y de la santidad. Allí se encontrará durante sus estudios con Balmes y con Claret, el cual califica a su compañero Subirana como “muy sabio en ciencia y muy virtuoso”. Todos sabemos que Balmes, además de ser el mayor filósofo español del siglo diecinueve, fue también un sacerdote verdaderamente santo.

Los tres compañeros se encontrarán ante el Obispo Corcuera, otro santo de categoría, en una ordenación memorable. El 24 de Mayo de 1834 ―el Padre Juan Sidera ha eliminado todas las dudas sobre la fecha exacta―, Sábado de Témporas de la Santísima Trinidad, 78 seminaristas accedían a las tres sagradas Ordenes Mayores en la capilla del Seminario, la severa iglesia de Sant Just. Subirana era ordenado de Sacerdote; Balmes, de Diácono; Claret, de Subdiácono. Por disposición de aquel Obispo extraordinario, los subdiáconos se habían preparado con veinte días de Ejercicios Espirituales, con treinta los diáconos, y con cuarenta los presbíteros, bajo la dirección y acompañamiento del mismo Prelado.
3. Hasta 1850
Balmes se va a enfrascar entre los libros, en su misma ciudad natal de Vic. Filósofo, apologista y político de primer orden, defenderá con su pluma a la Iglesia y tratará de salvar a la Patria. El Criterio, El Protestantismo comparado con el Catolicismo, las Cartas a un escéptico, y sus libros de Filosofía serán el monumento indestructible de su saber. Morirá en Agosto de 1848, a la temprana edad de 38 años no cumplidos.

Claret, ejerce de cura Ecónomo en Sallent, su ciudad natal, durante cuatro años; en 1839 va a Roma voluntario para las Misiones Extranjeras; ingresa en la Compañía de Jesús; ha de salir de ella por una enfermedad enigmática en una pierna; regresa a España y recorrerá como Misionero Apostólico toda Cataluña y durante un año largo las Islas Canarias, hasta que en Julio de 1849 funde su Congregación de Misioneros Hijos del Corazón de María, los Misioneros Claretianos, para continuar y perpetuar su obra en todo el mundo. Pero sólo unos días después, el 11 de Agosto, le llega un nombramiento que le deja petrificado: ¡Arzobispo de Santiago de Cuba!...

Subirana, como Balmes y como Claret, los primeros años de sacerdocio los pasa en su ciudad natal, Manresa. Pero en 1844 practica los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de Claret, a esas horas ya famoso misionero. “Sintiéndose llamado a la vida apostólica”, en 1844 se presenta al Obispo, el cual aprueba “su vocación”, y a partir de entonces emprende una vida igual que la de Claret con aquel equipo de misioneros itinerantes, y, como el mismo Claret dice de él, “reportando en esta tarea copiosísimo fruto, premio de una vida evangélica edificante, sin más recompensa que los trabajos”.

4. Con el Arzobispo de Cuba
Nombrado Arzobispo de Cuba, a Claret se le van ofreciendo como voluntarios algunos sacerdotes llenos de espíritu apostólico. Claret los invita a convivir con sus Misioneros en el convento de la Merced, donde empiezan a disponerse para las tareas ingentes que les esperan en su nueva Misión. Subirana es uno de los valientes. El año 1850 transcurre entre el estudio y la oración en casa, a la vez que en la predicación por los pueblos de Cataluña.

Hasta que llega el 28 de Diciembre. Con el Arzobispo Claret al frente, que acaba de cumplir los 43 años, los mismos que Subirana, nueve sacerdotes y cuatro laicos forman el equipo misionero que ahora se dirige en devota procesión hacia la catedral de Barcelona. Fe, generosidad y entrega incondicional a Jesucristo llenan el corazón de todos los expedicionarios. Y después, rodeados de un verdadero gentío, se encaminan a pie hacia el puerto, donde les espera la fragata “Nueva Teresa Cubana”, que eleva anclas a las diez de la mañana. Han subido también al barco dieciocho Hermanas de la Caridad, tan queridas del Santo. Un mes y diecinueve días de navegación dan tiempo suficiente a Claret para predicar una misión a los pasajeros y tripulantes. El 16 de Febrero entraban por El Morro en la Bahía de Santiago. ¡Cuba querida, te abrazamos!...


5. En la “Viña Joven"
Faltan muchos años para que Claret escriba una carta famosa, en la que llamará a América la Viña Joven. Ahora se mete en ella, junto con sus colaboradores, para trabajar con denuedo en medio de fatigas sin cuento. Es emocionante, cuando se lee una historia amplia de Claret, acompañar en sus correrías a los valientes misioneros que acaban de desembarcar en La Perla de las Antillas. Aquí nos tenemos que limitar a muy escasas notas, pero que nos dejan adivinar el ardor juvenil e ilusionado con que se dieron a trabajar en la parcela de la viña joven que el Padre les acaba de asignar. Dentro de muy pocos años nos brindarán un vino nuevo, exquisito, embriagador. Será la Iglesia de Dios en Cuba, transformada por el trabajo y los sudores de los heroicos operarios que se han metido decididamente en ella.

6. Una comunidad de santos
Ante todo, empiezan por sí mismos. Para hacer santos a los demás, deben ser santos ellos, los misioneros. El Arzobispo se pone al frente y organiza su casa para las temporadas, muy escasas, que han de pasar en ella. Está orgulloso de los compañeros que le ha deparado el Cielo, y no sabe cómo agradecérselos a Dios. Lo mejor es dejarle la pluma a él mismo:
“Todos fueron de conducta intachable. Jamás me dieron un disgusto; por el contrario, todos me sirvieron de gran consuelo y alivio. Desprendidos de todo lo terreno, nunca jamás hablaban ni pensaban en intereses ni honores. Su única mira era la mayor gloria de Dios y la conversión de los pecadores.
“Nunca se vio en ninguno de ellos disgusto por ir a alguna parte. Todos estaban dispuestos para trabajar y se ocupaban con gusto en lo que se les mandaba, ya fuese en las Misiones, que era lo más común, ya en cuidar de alguna Parroquia o Vicaría, según las disposiciones que yo les daba, y todos siempre contentos y alegres. Así es que nuestra casa era la admiración de cuantos la visitaron”.

Al practicar cada año fielmente los Ejercicios Espirituales, para los que no admitían otro director que al santo Arzobispo,
“en el último acto les besaba yo los pies a todos y ellos después me pedían permiso para besármelos a mí y a los demás. Este acto era muy tierno, imponente y de felicísimos resultados”.

Sigue el Arzobispo:
“Yo alguna vez pensaba cómo podría ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: ¡Aquí está el dedo de Dios!”.

El día se les pasaba entre la oración y el estudio, con actos comunitarios seguidos fielmente, y con recreaciones intercaladas en las que todos se veían y charlaban animadamente. Todos eran amigos entre sí, y no se tenían amistades particulares ni se dedicaba ninguno a hacer visitas fuera.
“Conocimos todos por experiencia que ese medio era muy bueno y aun necesario para conservar la paz, evitar disgustos y otros males muy grandes... El Señor se dignó bendecirnos y nos fue siempre muy bien” .

Ya sabemos, pues, a qué atenernos para conocer la vida de aquellos apóstoles, entre los que nuestro Padre Subirana iba a ser un miembro tan notable: oración y estudio en vida conventual cuando estaban en casa; una unión fraterna irrompible, de un solo corazón y una sola alma; y, finalmente, una actividad misionera incansable y heroica.

7. Dificultades desde el principio
Se les van a presentar a los misioneros dificultades muy graves. La mayor, los matrimonios irregulares, por el racismo que se practicaba descaradamente, según el cual se prohibían los matrimonios entre criollos españoles con personas de color, las cuales sumaban muchos miles en la Cuba de entonces: 600.000 morenos, 60.000 chinos o colíes y otros 30.000 extranjeros de diversos países. Al no poderse casar, se amancebaban, como es natural. Esta será la causa de las grandes persecuciones que sufrirán los misioneros, culminadas en el atentado de Holguín y que dispersará a todos ellos fuera de la Isla. Y no olvidemos, desde el principio, a los finqueros con esclavos, igual que la sorda lucha independentista, fomentada por la potencia que asomaba en el Norte...

Otro elemento que hemos de valorar es el de los terremotos y el del cólera. Los primeros asolaron la Isla y el segundo segaba las vidas por centenares y por millares. Los misioneros no se arredraron nunca, sino que se agigantaron en medio del dolor y derrocharon heroísmos de caridad cristiana y apostólica.

Todo esto lo hemos de tener en cuenta desde el principio para entender la vida azarosa del valiente equipo de Claret.

8. Amaestrado por el Arzobispo
El Padre Subirana va a ser, como ya lo había sido en Cataluña, un gran misionero, formado en la escuela claretiana. Y Cuba será un anticipo glorioso de Honduras. Ahora, todo lo hace con su Arzobispo y sus compañeros. Después, lo hará él solo atinada e incansablemente en tierras centroamericanas.

Claret no es un obispo palaciego. Será, ahora como siempre, misionero itinerante. Cuba no tenía por aquel entonces más que dos diócesis: Santiago, la primada, y La Habana como sufragánea. Un territorio inmenso. Para recorrerla, el caballo a lo más. Pues bien, en seis años de pontificado hizo Claret la visita pastoral cuatro veces. Increíble. Y siempre, en plan misional. En palacio, en el seminario, en la catedral, dejará sacerdotes idóneos, y él, al frente de sus misioneros, a recorrer incansable todas las parroquias y capillas, predicando, confirmando, confesando, arreglando matrimonios, y llevando adelante una obra social muy avanzada para entonces, como la implantación de las cajas de ahorros, el instituto laboral de Puerto Príncipe y otras más.

Una muestra. Lo que escribe él mismo al Papa Pío IX, contándole la primera de esas visitas: “Administré 97.000 confirmaciones. Repartí 73.000 comuniones. Arreglé 9.000 matrimonios. Repartí gratis 98.000 libros piadosos, 89.000 estampas y 20.000 rosarios, etc. etc.”...

¿El solo? No. Sino siempre con sus misioneros inseparables. Los distribuyó de dos en dos, que se adelantaban preparando el camino. El Padre Subirana iba con el Padre Coca y, más que todo, con el Padre Esteban de Adoain, un misionero capuchino de talla excepcional y al que también esperamos ver pronto venerado en los altares.

9. La primera Misión de Subirana
La primera misión del Padre Subirana fue en el Cobre, sede de la Patrona de la Isla, la querida Virgen de la Caridad del Cobre, corazón de los cubanos. Fruto, abundantísimo. Y también la primera queja del Gobernador Civil:
“Esos misioneros son unos imprudentes por la bravura de su lenguaje. Ya se ve que aún no están templados por el Trópico tranquilizador”...

¡Claro! Los misioneros empezaban por poner el dedo en la llaga y por revolver conciencias con los matrimonios de amancebados y las uniones mixtas. Pero, al llegar el Arzobispo, pudo reconocer el cosechón de 4.000 confirmaciones y unir ante Dios a 212 parejas felices...

Claret hace el elogio de Subirana y de su compañero el Padre Coca:
“Ambos eran muy celosos y fervorosos, y siempre estaban misionando, de aldea en aldea, sin descansar jamás. Los dos tenían armoniosísimas voces, de manera que sólo por oír sus cantos iban las gentes a la Misión, y como después del canto venía la predicación, quedaban atrapados. Es inexplicable el fruto que hicieron”.

10. Más y más misiones
Con el ardoroso Padre Adoain. En vez de disfrutar merecidamente de la Navidad, se internan en Sagua de Tánamo, nido de facinerosos por aquel entonces. Los misionados, gente avezada al robo y al crimen, se preguntan pasmados de sí mismos:
-Pero ¿cómo puede ser esto? Si es un imposible que nosotros cambiemos así...
Y treinta y cinco jinetes, en brillante escolta, acompañaron a los misioneros en su despedida y a lo largo de las dos horas que los separaban del puerto donde habían de embarcar...

Llega la comitiva a su nuevo destino, y oyen los misioneros la primera reconvención:
-Se van a cansar ustedes inútilmente, porque aquí la iglesia está de sobra, pues no entra en ella ni un alma.
Así se expresaba el cura párroco de Mayarí Abajo. Pero empezó a cambiar de parecer cuando ya la primera noche contempló atónito el templo lleno. El segundo día, no cabía la gente. Y el tercero, era una muchedumbre incontenible de más de cuatro mil personas las que invadían la población entera, llegadas de todos los rincones de la comarca, desafiando las intensas lluvias de aquel mes de Abril.
­¡Esto no se entiende, esto no se entiende!...

Como tampoco entendía nadie lo de Baracoa, adonde no había llegado un obispo desde hacía más de sesenta años, y ahora venía Claret con los dos valientes misioneros para recoger la cosecha de sesenta y dos matrimonios y cuatro mil seiscientas veinte confirmaciones... Pero el viaje les había costado caro. Treinta y tres veces hubieron de vadear el río Jojó, varias de ellas por las increíbles Cuchillas de Baracoa, llamadas “cuchillas” por el filo cortante que presentan, con espantables precipicios por ambas partes, y que el Arzobispo nos describe como “tan estrechas que el caballo no tenía lugar para dar la vuelta para atrás, y tan altas que se ve el mar de una parte a otra de la isla, y al bajar tan pendientes que yo me resbalé y caí por dos veces”.

La primera visita pastoral del Arzobispo con sus misioneros acabó triunfalmente. Vueltos a Santiago, las gentes se lanzaron a las calles. “Antes de llegar a la plaza de Santo Tomás ya no se podía caminar por las masas que gritaban y daban vivas a su Prelado”.

Tanto gozo va a tener una pena. Subirana cae enfermo en Julio de 1853. Al Arzobispo le preocupa: “He sabido que Subirana continúa enfermizo. ¡Bendito sea Dios!”. Quiere un traslado de Subirana, pero Claret se muestra delicadísimo con su misionero:
“Pienso cómo quedará el Padre Subirana sin ningún compañero ni casi conocido. Tal vez el verse solo le sumergirá en tristeza... Como tiene repugnancia en estar allá, quizá esto sería bastante para impedirle la curación, y por esto no me atrevo a pedírselo; pues que si se lo digo, para obedecer lo hará, porque es muy obediente”.
A los compañeros de Subirana les anima a seguir con su plan apostólico, pero teniendo siempre en consideración al pobre enfermo.

¡Cómo no iba a enfermar Subirana un día u otro!... Al salir en defensa de sus misioneros, el mismo Arzobispo Claret escribía al Gobernador de Cuba, General Cañedo, en Febrero de 1853:
“En año y medio han recorrido ya conmigo casi toda la Diócesis atravesando páramos intransitables, sufriendo escasez de todo género, expuestos a los rigores de un clima insufrible a los europeos, sin descansar ni un solo día en todo el año”.
Aquellos sacerdotes, y Subirana como el que más, tenían fibra de héroes...

11. Arrecia la persecución
Las otras visitas pastorales en los cuatro años restantes serán iguales. Pero, no nos engolosinemos. La persecución se presentó descarada desde el principio. Y todo, por los matrimonios de los mulatos. Querían casarse, pero, ¡pobrecito el que lo pretendiese! El Comandante General de Cuba empezó unas diligencias, “las más furibundas”, dice Claret.
“Para impedir que un blanco se case con una mujer de color manda paralizar el matrimonio, y no dice nada y tolera al que vive escandalosamente, fastidiando a todos mis curas, misioneros y a mí mismo”.

Otro asunto de encontronazos continuos era el de los negreros. El Arzobispo y sus misioneros hubieron de luchar ferozmente en favor de los pobres esclavos negros, cuyos dueños los hacían bautizar, pero en lo demás los forzaban a vivir como brutos. Son expresiones duras de Claret, que cuenta, por ejemplo:
“En el mes pasado se hizo misión en el partido de Dátil, y un amo envió una orden al mayoral de los esclavos que allí tenía, diciendo que al esclavo que fuese a oír la misión se le dieran cuarenta azotes”.
Es famosa en la vida del Arzobispo la anécdota con aquel finquero. Hablan los dos, cada uno desde su punto de vista. Son inútiles todos los argumentos de Claret, hasta que toma dos papeles, uno blanco y otro negro, los quema los dos en la candela del escritorio, revuelve las cenizas, y pregunta a su interlocutor:
-¿Podría distinguir usted cuáles son las cenizas del papel blanco y las del negro?... Pues, así somos todos ante Dios, y sin esa distinción nos juzgará a todos.
O como el caso de aquella señora que tiene la inconsciencia o el descaro de pedir al Arzobispo una limosna para comprarse una esclavita que necesitaba. La contestación del Arzobispo fue fulminante:
­¡Señora, yo no tengo esclavos ni dinero para comprarlos!
Este juicio de Claret sobre la esclavitud lo habremos de tener en cuenta cuando veamos a Subirana en Honduras...

El Arzobispo habla de sus compañeros, entre los que destacan Adoain y Subirana,
“que reparten conmigo, sin el menor descanso, las fatigas del ministerio. Estoy resuelto a no abandonarlos ni a separarme de ellos, ni en la gloria de la misión ni en el sacrificio, si llegara el caso. Ellos todos, sin excepción, y yo cargamos juntos y gustosos la cruz de nuestro adorable Redentor, que, con su ayuda, será siempre muy ligera”.

12. Hasta que llega lo de Holguín
Se lo temían todos. Un día u otro pasaría algo serio con la vida del Arzobispo. Y el 1 de Febrero de 1856 por la noche, al acabar su sermón en la iglesia de Holguín, Claret va por las calles rodeado de una multitud que reza y canta con ardor. De improviso, se le acerca un hombre desalmado con la aparente decisión de besarle el anillo, y, con la navaja de afeitar que empuña, le asesta un terrible golpe en el cuello para degollarlo. El Arzobispo va tapándose la boca con un pañuelo para evitar resfriarse después del acaloramiento del sermón, y el brazo puede así detener a medias el furibundo navajazo. Detrás del asesino, Claret adivina la presencia misteriosa del instigador del crimen, “pues vi al mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe”. De la cara, del cuello, del brazo fluía la sangre a borbotones. Pero Claret curó. Aunque se vio pronto que era demasiado riesgo seguir en Cuba en medio de tanta persecución, por más que las gentes adorasen a su Pastor.

Los enemigos no se dieron por satisfechos con lo de Holguín. Aquello no era más que el comienzo de una serie de crímenes y atentados contra las haciendas donde hubiera de pernoctar el Arzobispo con los suyos en sus correrías apostólicas. Los perseguidores, en una circular mandada a periódicos de Estados Unidos, Inglaterra, España, Italia y otros países, urgen a que el “titulado santo” Arzobispo Claret
“y toda su escuadrilla salgan cuanto antes del país que tan indignamente han ultrajado y que les odia y detesta al tamaño de sus escandalosas bestialidades”, porque esta salida vendría a “colmar los deseos del público eclesiástico y militar, paisanos y no paisanos, blancos y negros, nacionales y extranjeros”.

Entre los cabecillas de tanta persecución figuraron desde el principio una pandilla de jóvenes abogados ―“abogadillos”, los llama Claret―, formados en Estados Unidos en odio especial hacia España, “que son bautizados y tienen el nombre de cristianos, pero en las obras no lo son, sino contrarios al Cristianismo, enredados, desmoralizados y enemigos de España”.

Al fin, todos estos enemigos iban a conseguir el colmo de sus deseos...

13. El adiós a Cuba
Claret no sueña más que en derramar toda su sangre por Jesucristo. Sin embargo, es un hombre realista. Y cree que ha llegado el momento de presentar la renuncia al Papa y no exponer tanto la vida de sus colaboradores, unos misioneros santos y dignos de su Pastor, pero que en otros lugares podrían seguir haciendo mucho bien a las almas.
Por eso, y antes de tener respuesta del Sumo Pontífice, en los Ejercicios Espirituales que dirige a su excelente equipo en el mes de Junio, les expone la situación y les aconseja que cada uno vaya adonde Dios le guíe para seguir adelante con su vocación apostólica. Lo del Evangelio al pie de la letra: “Si en una parte os persiguen, marchaos a otra”. En todas partes se puede trabajar por el Reino.
Subirana, aceptada la propuesta del santo Arzobispo, sale de Cuba como los demás compañeros y se dirige hacia donde le guía el Espíritu.
Claret, animado por el Papa, sigue en su puesto, aunque a los pocos meses le llega de Madrid el nombramiento para Confesor de la Reina Isabel II.

INTERMEDIO

14. ¿Quién es Subirana?...
Pero, cabe preguntar: ¿quién es Subirana? Porque hasta ahora, ¿de quién hemos hablado, de Subirana o de Claret? Pareciera que el Padre Subirana nos importara muy poco y que lo único que interesa es hacer sobresalir la figura del Misionero, Fundador y Arzobispo Claret... No. Lo que ocurre es que Subirana trabajó siempre como bueno a la sombra de otro, en un anonimato casi completo. Guardaba su puesto en el equipo, trabajando como el que más, lo mismo en Cataluña que en Cuba, pero sin llamar la atención de nadie. No se conservan de él ni escritos ni recuerdos personales, salvo algunos elogios escuetos pero sobresalientes de Claret. En Honduras va a ocurrir todo lo contrario. Subirana brillará con luz propia, como un sol esplendoroso y solitario, llenando de fulgor él solo todo el firmamento...

Subirana fue siempre misionero. En Cataluña, excelente; pero no era único: como él, otros igual... En Cuba, misionero de primer orden en el equipo del Arzobispo Claret, que escribió de él: “llevó vida evangélica y edificante, sin más recompensa que su trabajo”. Pero como él, también otros... En Honduras fue misionero desde 1856 a 1864. Y aquí, sí; aquí fue un misionero fenomenal, con una vida que no se entiende...

15. Hacia Centroamérica
El Padre Subirana se embarca para Centroamérica en el mes de Julio de este año 1856. Lleva consigo la carta de recomendación redactada de puño y letra por el Arzobispo Claret para el Obispo que lo desee admitir en su diócesis, un escrito colmado de los elogios más calurosos:
“Conociendo su virtud y celo por el bien de las almas, le admitimos desde luego en nuestra compañía, y desde nuestra llegada a esta Diócesis ha trabajado sin descanso en la santa Misión, recorriéndola en todas direcciones, sufriendo privaciones y enfermedades, consecuencias de su continuo trabajo y de los rigores del clima en la zona tórrida, recogiendo muy abundantes frutos y sirviendo de edificación y buen ejemplo, tanto a los seglares como a los sacerdotes, por su ejemplar conducta y por el excesivo celo que siempre lo ha animado”.

“¡Excesivo celo!”... Aunque en el amar a Jesucristo y a los hermanos no se dé límite alguno, el Padre Subirana, por lo visto, tocaba casi los linderos de la imprudencia...

16. Honduras, la nueva patria
El misionero no tiene más patria que el mundo entero, aunque, limitado por fuerza, habrá de trabajar en la parcela que le asigne el Dueño del campo, como el mismo Jesucristo, que se hubo de concretar a las ovejas de Israel... El Padre Subirana podrá decir lo de su maestro Claret, al ser enviado a Cuba: “Mi espíritu es para todo el mundo”. O como Santa Eufrasia Pelletier: “Mi patria es cualquier parte del mundo donde haya un alma que salvar”.

Subirana, por caminos providenciales, viene a parar en Honduras, que tendrá en él al apóstol infatigable, al colonizador acertadísimo, al santo que admirarán las gentes, al Angel de Dios que recordarán siempre como suyo las tribus indígenas... Y Subirana hará de Honduras la patria definitiva de su corazón, como lo fuera un día su Cataluña natal o Cuba la de sus correrías interminables.

Pero ahora habrá de actuar con un estilo muy diferente. Antes desarrollaba su trabajo en equipo; ahora, ya no podrá ser así. Se encontrará solo, a las órdenes de su Obispo, ya que es un sacerdote diocesano, pues nunca abrazó el estado religioso, a pesar de haber trabajado siempre con religiosos y como un religioso más. Por eso, habrá de llevar adelante a nivel personal empresas arriesgadas que lo acreditarán como un misionero casi genial.

Honduras. Aquí pasará los pocos años que le restan de vida, sin regresar ni una vez a España para ver a sus seres queridos. Aquí morirá y aquí dejará como trofeo sus restos mortales. Y Honduras le recordará siempre como la figura más preclara de la Iglesia que ha pisado su suelo cristiano...















Retrato del Padre Claret en esta página.

En el dorso, el texto.













SAN ANTONIO MARIA CLARLT y el Padre Subirana tienen dos vidas paralelas admirables. Nacen el mismo año, con muy poca diferencia de tiempo, en dos ciudades que casi se tocan. Juntos en el Seminario, serán después compañeros de Misión en Cataluña, cuando Subirana se una al equipo itinerante de Claret, que se lo llevará consigo al marchar como Arzobispo a Santiago de Cuba, donde serán inseparables en las campañas misioneras. Cuando la persecución disperse al grupo, y Claret marche a España y Subirana a Centroamérica, el santo Arzobispo se llenará de orgullo al oír de su compañero querido que “Subirana con sus misiones hace prodigios en Honduras”, donde morirá “víctima de su celo”.
El APÓSTOL DE HONDURAS

17. Su primer escenario
En Julio de 1856 desembarcaba Subirana en el puerto de Izabal. Guatemala, en la que permaneció hasta Octubre, podría haber sido el campo de su actividad misionera. Pero, por lo visto, el Arzobispo Francisco de Paula García Peláez tuvo dificultades cuando el Padre le pidió los permisos necesarios para misionar de pueblo en pueblo. De esta circunstancia se sirvió el buen Dios para regalarle a Honduras un gran apóstol.

Alto, delgado, blanco, de ojos azules, cabello castaño tirando a rubio, y con una voz armoniosa que sabe acompañar con el violín, el Padre Subirana se presentaba en Honduras con cuarenta y nueve años de edad, muy preparado científicamente y bien curtido en andanzas misioneras.

El único Obispo de Honduras por aquel entonces, residente en Comayagua, Don Hipólito Casiano Flores, no tuvo los inconvenientes del Arzobispo de Guatemala y recibió al Padre Subirana con los brazos abiertos, a la vez que no le designaba parroquia alguna, a pesar de que no contaba el Prelado más que con veinte sacerdotes, sino que le daba amplia libertad de movimientos para recorrer en plan misionero la inmensa diócesis, que era toda la República... Lo mismo hará en 1861 su nuevo Obispo, el franciscano Fray Juan Félix de Jesús Zepeda y Zepeda.

18. En la Mosquitia hondureña
El Obispo le indica al Misionero como primer campo la Costa del Norte, por su conocimiento del inglés, para el que se ve tenia cierta facilidad, igual que por sus cualidades para ]a agricultura, construcción y medición de tierras. En la geografía se va a demostrar como un maestro competente de verdad.

Cuando Subirana se presentó al Obispo Flores para que lo admitiera en su vasta Diócesis, el mismo 24 de Octubre de 1856, el Prelado escribía al Presidente Guardiola diciéndole que el Padre no desea “otro destino que el de misionar en las tribus salvajes de nuestras costas. No omitimos manifestar al supremo Gobierno que el sacerdote de que hablamos desea ansiosamente penetrar hasta la Mosquitia, prometiéndose el sacar de allí más abundantes frutos, estando dispuesto a arrostrar cualquier peligro”.

¡La Mosquitia!... Ahí derrochará energías sin cuento, ganará a los mosquitos para la Iglesia y la Mosquitia para Honduras... Existía un tratado de Honduras con Inglaterra sobre la Mosquitia, que era hondureña. En la disputa sobre los límites con Nicaragua pesará fuerte la opinión de Subirana, confirmada por documentos, de que la Mosquitia llegaba desde el río Aguán hasta Cabo Gracias a Dios, como se determinó definitivamente, muerto ya el Padre, en Noviembre de 1868. Esta soberanía hondureña será reconocida internacionalmente, según el laudo emitido por el Rey de España, Alfonso XIII, en el año 1912. El Obispo de Comayagua, al presentar el Misionero al Gobierno, le expone la conveniencia de que se quede precisamente en ese centro de tanto interés nacional:
“Me parece que, reconocidos nuestros límites territoriales, sería de tomar a importancia la permanencia de este ministro en el punto que tanto se desea”.

19. ¡A trabajar, sea dicho!...
Por aquí empezó Subirana su asombroso apostolado, pues ya en Enero de 1857 lo encontramos en Cabo Gracias a Dios, en el mismo límite de la Mosquitia con Nicaragua. El Misionero reconoce en su primer informe que, a excepción de Trujillo, esos pueblos no habían tenido atención alguna, ya porque los habitantes están muy remotos, ya porque son muy pobres y es preciso hacerles todo gratis. Él, que no busca más recompensa para sus trabajos que Jesucristo y el Cielo, sabrá cómo entregarse con desprendimiento y generosidad heroicos... En 1864, y poco antes de morir, escribirá al Ministro de Relaciones con humilde reconocimiento: “Hasta ahora el Gobierno no ha hallado otro que se encargue de civilizarlos sino el Misionero que suscribe”. Y pudo hacerlo, precisamente, porque era pobre del todo y nunca buscó una recompensa pecuniaria. Jamás en su vida misionera de Honduras llevó un centavo consigo y para sí. ¡Había que hacerlo todo gratis!...

20. Los indios eran así...
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Los indios y morenos que encontró Subirana vivían aún en condiciones muy primitivas. La Honduras que evangelizó el Misionero estaba poblada en su parte Norte y Nordeste por zambos, payas, mosquitos, jicaques, toacas, sumos, caribes y otros, “en gran número diabólicamente supersticiosos” y que, para colmo de males, vivían entre “ladinos muy mal reputados”. Todos estaban abandonados a su suerte, sin que nadie cuidase de ellos, entre contrabandistas nacionales y extranjeros que hacían con ellos lo que bien les venía.

¿Cómo eran aquellos indios? En un informe oficial al Gobierno, Casto Alvarado nos proporciona datos interesantes. Los caribes son más sociables, menos salvajes y más trabajadores que los sambos. Los caribes viven medio vestidos, mientras que los sambos van enteramente desnudos, aunque suelen llevar un braguero o refajo de cáscara de hule. Los sambos poseen una vaca o un caballo y algunos hasta doscientas cabezas de ganado, al revés de los caribes que no poseen absolutamente nada. Unos y otros son idólatras y polígamos.

No nos salimos de aquel Informe oficial. Los sambos estaban enojados con “El Santa Misión” porque les había quitado las fiestas del Surin, con que aplacaban a sus muertos. La poligamia la suelen practicar casándose con dos hermanas que tienen en una misma habitación, y hasta llegan a tener dos o tres parejas en esta misma condición deplorable. Entre ellos no se conocen más que tres delitos. El asesinato que lo castigan con la horca. El robo por el que hacen pagar el doble al perjudicado. Y el adulterio, que lo castigan con azotes cuando el culpable no puede pagar multas al ofendido. La mujer, por otra parte, es la bestia de carga mientras los hombres yacen en la holgazanería. Y sintetiza el Informe: “Son tan salvajes, tan bárbaras sus costumbres, especialmente las de los sambos, que no se tiene una idea de su degradación”.

21. Estos serán sus hijos
Pues, bien; a éstos indios se va a dirigir la evangelización de Subirana. Dios va a estar con él. Porque no van a ser todo facilidades. Al dirigirse el Padre a una aldea del Municipio de Omoa, cuyos moradores, asaz belicosos y hasta caníbales, no admitían a nadie extraño, la indiada salió al encuentro del Misionero con intención de matarlo. Pero el Padre levantó la mano para darles la bendición, y aquellos guerreros, tocados por una fuerza sobrehumana, se arrodil1aban mansamente ante el enviado de Dios...

Cuando el Padre civilice a sus indios, les aconsejará que cambien sus nombres de animales por otros mejores. A los padrinos que escogía ―personas distinguidas del lugar―, les suplicaba que dieran a los indios su propio apellido. De este modo los dignificaba, les introducía en la sociedad, y no es extraño encontrar hoy día entre sus descendientes apellidos tan familiares como González, Martínez, Álvarez, Morejón, Quesada, y otros no menos flamantes...

Al irse Subirana al Cielo, “la Costa Norte no se conocía a sí misma”, dirá con humilde satisfacción. Había civilizado como ciudadanos y bautizado como cristianos a 3.000 zambos, 2.000 mosquitos, 150 taucas, 700 payas, 5.500 jicaques y otros 2.000 morenos caribes. Entonces escribirá también la Gazeta Oficial:
“Mediante los piadosos esfuerzos del virtuoso e inolvidable misionero Subirana, esos habitantes de nuestras costas del Norte, hace poco todavía salvajes e idólatras, gozan ya los beneficios de la Religión Católica y el grado de cultura posible en su situación infantil”.

22. Con blancos y ladinos
Antes de establecerse definitivamente entre los indios, empieza con algunas Misiones, el ministerio de toda su vida anterior. A mitades de 1857 lo vemos misionando varias ciudades del centro. En Comayagua, por ejemplo, según recordará el Diario Oficial de Enero de 1865, consiguió un fruto maravilloso. Se refiere, más que nada, a la legitimación de matrimonios. Porque entre los blancos y los clásicos ladinos le esperaba un trabajo ingente con el arreglo de los amancebados o de unión libre. Igual que en Trujillo, donde, según informaba la Gazeta Oficial, “hubo una multitud de enlaces matrimoniales en la clase llamada ladina”; y lo mismo ocurrió en Olanchito, donde también “se matrimoniaron multitud de gentes ladinas”. El arreglo de los matrimonios y la constitución de familias estables van a ser el fruto principal de sus Misiones.

Predicando en el atrio de la iglesia parroquial de Tegucigalpa, llamó poderosamente la atención de todos por la comparación catequística sobre los Mandamientos:
- Es indispensable el cumplimiento de todos los Mandamientos de la Ley de Dios, porque si falta uno solo es imposible la salvación. Del mismo modo que, si faltase uno de los diez arcos del puente que une a esta ciudad con Comayagüela, no se podría pasar por él de un lado al otro.
El Misionero ―que venía por primera vez a Tegucigalpa, había entrado por otra parte diferente del río y no había visto ningún puente―, ¿cómo sabía que eran diez los arcos?...

Lo más probable que fue también aquí, en el barrio de La Ronda, donde curó a una señora que padecía enajenación mental muy grave y era una tortura para familiares y vecinos, caso confirmado por testigos muy fidedignos. El Padre mandó derramar violentamente sobre ella desde el techo un gran balde agua fría durante un acceso muy fuerte de locura. La enferma, desnuda del todo, lanzó un grito estentóreo, profundo y prolongado. Se calma de repente, llama por su propio nombre a uno de la familia y pide que le traiga ropa para cubrirse. El Misionero estaba al tanto, y entra en la habitación preguntando como si nada:
-¿Qué hace la buena mujer Apolonia?
Y ella, con la naturalidad máxima:
-¡Aquí, esperando su bendición, santo Misionero Subirana!
-¡Bien, hija! Siéntate. Vamos a charlar...
La señora se sintió totalmente curada, sin que le volviera a molestar más la delicada enfermedad.

Al llegar a Cantarranas no quiso hospedarse en una casa que le habían preparado:
-No; aquí, no. En esta casa había antes un blasfemo renegado y debe ser exorcizada. Esta casa acabará mal.
Muchos años después, en 1919, el edificio fue consumido por el fuego...

Fue muy sonada la Misión de Danlí desde el 17 de Junio al 9 de Julio. El Párroco dejó asentada un acta en la cual declara que comulgaron sacramentalmente 5.542 personas y se legitimaron 130 matrimonios.
El Misionero sentía ansias de recorrer todas las poblaciones de la República predicando misión, y cita expresamente Ocotepeque, Santa Rosa y los Departamentos enteros de Tegucigalpa y Choluteca... Pero su apostolado se va a centrar ahora, más que nunca, entre los indios salvajes, aunque jamás descuidará a los blancos, ladinos y a los de color en la Costa.

23. Yoro, punto de convergencia
Grandes proezas había realizado el Misionero en poco más de un año. Ahora va a dejar la Mosquitia para dirigirse a Olancho y a Yoro, que será el centro de un apostolado pasmoso en los seis años que le quedan de vida. Sin embargo, cada año veremos a este viajero impenitente realizar, siempre a caballo o a pie, una gira por la Costa Norte, para hacer más duraderos los frutos de las labores desarrolladas anteriormente.

De Danlí pasa a Juticalpa, la capital de Olancho, al que iba a recorrer en todas direcciones, y del que dirá: “He logrado reunir a los indios payas en dos puntos, Dulce Nombre de Culmí y Santa María del Carbón, y les he puesto rezadores y maestros de escuela”. Para cuando fue a Yoro, a mitades de 1858, ya había instruido y bautizado a 800 indios de la selva en las misiones de Punta Ocote y Tuna.

En el Departamento de Yoro, al que dedicó la mejor parte de su apostolado, comenzó por aprender la lengua de los indios jicaque. Se lanzó a las montañas del Oriente y del Sur, y para el 17 de Octubre de 1858 ya había bautizado, incluidos los 800 de Olancho, a 2.177 indígenas selváticos, de los que especifica el número en cada uno de los trece puestos misionados. Y esto sin prisas desaconsejables, sino precedida la sacramentalización con la preparación debida, como veremos luego.

El 18 de Octubre, según informa al Ministro de Relaciones, “paso a las montañas del Norte y Poniente con el propio fin, es decir, de instruir y bautizar, pues es donde hay la mayor parte de esos seres hasta hoy desgraciados”.

En Noviembre del año siguiente hace el nuevo recuento, y puede afirmar:
“He cristianizado a casi todos los indios selváticos de Honduras, que ascienden al número de 5.022 a saber: 150 toacas 600 payas en el Departamento de Olancho, 4.100 jicaques en el Departamento de Yoro y 172 de los mismos en el Departamento de Santa Bárbara”.
Sumados todos los cómputos que poseemos, pasan de 9.800 los catequizados y bautizados, contados entre ellos los 2.000 negros caribes que viven pasada la Mosquitia, desde Blackriver hasta Trujillo y Omoa. O sea, que, para cuando muera, Subirana habrá hecho cristianos a “casi todos” los indígenas de la Honduras de entonces...

24. Bautizar sin precipitaciones.
Esta es la gigantesca obra evangelizadora de Subirana. Buena falta hacía desde que los beneméritos hijos de San Francisco habían dejado la Misión de Liquigüe, cuando en 1826 se les negó los 664 pesos que tenían asignados para su modesta subsistencia.
Y hay que decir que el Misionero no procedía con precipitación. Pronto vamos a ver cómo reducía a los indígenas a vivir en poblados en torno a las capillas e iglesias que levantaba por doquier, cómo los instruía y enseñaba a leer precisamente con el Catecismo, y cómo, según escribe a su Obispo, los bautizaba “como puedo”, cuando sabían lo necesario para la salvación, según las circunstancias de los neófitos en cada tiempo y lugar.
La gradación intocable que seguía era ésta: primero los “instruía” en lo elemental de la fe cristiana; después los “moralizaba”, es decir, les hacía quitar las costumbres incompatibles con el Bautismo; finalmente, les “administraba” el Sacramento.

El escenario en que se desarrolló este apostolado era grandioso y bello, a la par que lleno de dificultades, tal como nos lo describe el Vocal de la Sociedad de Geografía e Historia de Honduras. Lic. Ernesto Alvarado García:
“Hay que imaginarse el medio geográfico de Honduras en ese tiempo: elevadas montañas. ríos caudalosos, lagunas y pantanos en los que abundan los lagartos o caimanes; selvas inmensas en las que viven tigres, leones, serpientes venenosas como el tamagás, barbaamarilla, etc.; la inmensa cantidad de mosquitos y jején. El paludismo con todos sus peligros, el cólera morbo, etc.”...
Pero Subirana no es uno a quien le tiren para atrás semejantes dificultades...

25. ¿Sería verdad lo del cacique?...
No deja de admirar la rápida y abundante conversión de tanto indio jicaque de Yoro. ¿A qué se debió?... No es que hayamos de creer a pie juntillas, como veremos más adelante, en todos los casos milagrosos que el pueblo cuenta del Misionero. Pero el del Cacique Cohayatbol no deja de ser curioso de verdad y lo traen todos los historiadores de Subirana.
Los jicaques de Yoro y Olancho venían por centenares y miles para recibir el Bautismo. El Padre les enseñaba a vestirse, les catequizaba, y los bautizaba a su tiempo. A todos, menos al Cacique, el cual se resistía a toda la enseñanza del Misionero. Hasta que un día se entabló entre los dos un diálogo curioso durante el cual el Misionero le gastó al jefe una broma pesada y misteriosa.
-Yo no puedo creer en tu Dios. Yo sólo creo en Malotá, el dios del mal.
-¿Y por qué no puedes creer en el Dios de los cristianos?
-Porque Malotá no me prohibe nada y hago lo que quiero, mientras que tu Dios me quita muchos derechos.
El Misionero rezó fervorosamente, miró compasivo e irónicamente al Cacique, al que empezó a venirle un intenso dolor de cabeza, de modo que la había de estrechar con fuerza entre sus manos.
-¿Qué te pasa? ¿Es que te duele la cabeza?...
-En estos momentos me duele más que nunca.
-Pues, mira; si aceptas el Bautismo, ese dolor se te quitará inmediatamente.
Cohayatbol aceptó la propuesta. Rezó el Misionero y el dolor desapareció como por ensalmo. Ahora, a instruirse bien, a prepararse y a bautizarse con toda su familia... Y, lo que interesaba más, un amplio permiso al Padre Subirana para que predicara libremente en todos sus territorios y bautizase a cuantos quisieran.
Así se cuenta el hecho, sucedido en los bellos parajes de las montañas de Pijol, junto al nacimiento del río Cumayapa, generoso afluente del Comayagua, al que da sus frescas aguas y su abundante y rico pescado...
El caso es que allí empezaron a bajar los indios por centenares, y decían que venían donde el Misionero porque habían soñado con él, porque lo habían adivinado y por mil razones más... Allí levantó el Misionero una aldea, a la que después, en su memoria, se le dio el nombre de SUBIRANA.

26. En Nicaragua y en El Salvador
Los tres primeros años de la estancia de Subirana en Honduras son algo que no se entiende. Aparte de esa actividad con los indígenas y morenos caribes, fue el tiempo en que predicó varias Misiones entre los blancos, como veremos en su lugar, y, además, se dio sus dos escapadas a Nicaragua y El Salvador, cuando aún faltaban muchos años para que corrieran los automóviles por las autopistas y volaran los aviones por los cielos. El caballo o los dos pies que Dios le dio tenían que ser su transporte obligado... ¿De dónde sacó el tiempo?

A finales de 1859 se encontraba en El Salvador arreglando la segunda edición de su Catecismo. Durante 1860 se pasa en esa República varios meses, en la que predica algunas Misiones; hace de Párroco en San Luis Talpa, de La Paz; visita Cojutepeque, ciudad en que dejó recuerdo imborrable, y pasa por San Pedro Perulapán, donde ocurre el pintoresco episodio de la estampa famosa. Quieren detener al santo Misionero, pero éste no se puede quedar. Como recuerdo, les deja lo único que lleva: una estampita de Santa Francisca Romana que le sirve de señal en el libro de rezo. Ante esa estampita, enmarcada en un cuadro, rezan todavía devotamente los habitantes del pueblo y cada año dedican una fiesta en honor de la Santa con Misa solemne y sermón. ¡Hasta dónde dejaba el Padre su fama de santo!...

Como podía penetrar en Nicaragua durante sus estadías en la Costa Norte y Olancho, se dirigió hasta León, con el fin de entrevistarse con su Obispo, a fin de conseguir las licencias ministeriales “para casar gente de lugares remotos en donde no suelen llegar los curas de parroquias, debiendo advertir que en lo dicho no tengo otro interés que la gloria de Dios y la salvación de las almas”.
Predicó también en Nicaragua varias Misiones, concretamente en Somoto, y trabajó temporalmente entre los indios chontales. En la parroquia de Matagalpa dejó como recuerdo un altar labrado por él mismo y que ahora se encuentra en la iglesia de San José.

27. El filibustero William Walker
Hemos de situarnos en aquellos días tan críticos para nuestra Centroamérica. Desde un principio le preocupó al Padre Subirana la suerte de los hondureños. Una de sus profecías es la referente a las tierras:
“Aseguren sus propiedades para que siempre tengan donde trabajar juntos; porque los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Ustedes se descuidan por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto. Necesitarán mucho dinero, y lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero”.
Más que profecía, como la llama hasta hoy el pueblo, estas palabras eran una intuición clarividente del porvenir:
“Vendrá una nación extendiendo sus dominios por la América Central, y será difícil librarse de su poder, pues, halagada por las riquezas naturales del país, no querrá ceder en su empeño de conquista”.
Y la conquista no iba a ser a base de ejércitos que nos aplastarían, sino llevándose nuestras riquezas con un colonialismo, una dependencia y unos tratados injustos a toda prueba. El Primer Mundo y el Tercer Mundo de hoy...

E1 imperialismo inglés y el naciente norteamericano codiciaban nuestras regiones privilegiadas. Se soñaba en el canal que uniera Nueva York con California, el Atlántico con el Pacifico, y Panamá o Nicaragua estaban en la mira de las potencias colonizadoras.
El filibustero norteamericano William Walker fue el más audaz, bajo su lema “Five or none”: O las cinco Repúblicas Centroamericanas o ninguna... Quería anexionar nuestros países a los Estados Sureños, esclavistas todos. De haberlo conseguido, la suerte de nuestra Centroamérica sería hoy muy distinta...
Costa Rica inició la lucha contra el invasor. El Presidente hondureño Guardiola tuvo visión de la realidad, y mandó a Nicaragua refuerzos para las tropas liberadoras de Costa Rica, El Salvador y Guatemala, las cuales obligaron al invasor a huir de Centroamérica. El aventurero repitió otra intentona para apoderarse de Honduras. Pero el valiente General Mariano Alvarez logró capturarlo y él mismo firmó la sentencia de muerte del filibustero, que fue fusilado en Trujillo el 12 de Septiembre de 1860. El Padre Subirana se hallaba aquel día en Punta de Piedra, a 80 kilómetros de distancia.

28. Los dos Presidentes
Sin contar los breves intervalos de Castellanos y Montes, mientras el Padre Subirana misionó Honduras se encontró en la Presidencia de la República con Santos Guardiola y José María Medina, los cuales le brindaron un apoyo total en su obra de evangelización y colonización de los indios.
Guardiola vio en el providencial Misionero lo que de verdad necesitaban las tierras y las tribus más abandonadas hasta por el mismo Gobierno.
Medina seguirá las huellas de su predecesor y dará al Misionero las tierras que necesite para instalar en poblaciones a los indígenas que vaya evangelizando.
Muerto el Padre, seguirán el Presidente y sus funcionarios facilitando la labor iniciada por el infatigable Misionero, como la mejor respuesta a la memoria de santo y de colonizador que Subirana dejara por todas partes.

29. Apóstol de la liberación
El Misionero, ajeno en absoluto a toda política, supo mantener ―como hemos dicho y veremos tantas veces― buenas relaciones con los Presidentes Santos Guardiola y José María Medina, que le brindaron su apoyo en la colonización de las tribus indígenas.
Sin halagar jamás a las autoridades civiles, supo tratar a todas con el respeto merecido, se granjeó la estima de todas ellas, y en todas encontró el apoyo necesario en cuanto hubo menester para bien de sus misionados.
Se las hubo de ver también con los finqueros y empresarios opresores, que, en vez de embestir furiosos contra el Misionero, acababan por rendirse a la verdad, a la justicia y al amor.

Profeta auténtico, no se calla nunca. Denuncia todo desorden. Se rebela contra la injusticia de los ricos explotadores. Acusa la negligencia de las autoridades competentes. Y promueve a los indígenas. Los reúne en comunidades para que reclamen sus derechos. Los instruye sobre cómo conseguir los sueldos justos...
Pero lo expone y lo hace todo con un respeto, una claridad, una sinceridad y un amor tales, que, en vez de cosechar persecución, todos se ponen a sus órdenes para remediar los males que fustiga.
Resulta todo un ejemplo viviente de cómo la violencia consigue muy poco, a la vez que nos dice cómo el amor a todos sin distinción es el arma más fuerte que Dios ha puesto en nuestras manos...

Eso, sí; pone como base de su acción apostólica la promoción del hombre en su totalidad, y le enseña a ser persona con la instrucción y el trabajo honrado, a la vez que lo hace santo con una piedad viva, conforme siempre con las condiciones de un pueblo rudimentario y sencillo, pero capaz de asimilar todo lo bueno que se le da.
Al final, después de conseguir frutos abundantes e inmediatos, morirá dejando en todos los hondureños, ricos y pobres, autoridades y gobernados, un recuerdo imperecedero y una veneración unánime.

30. Un cuadro denunciado por el profeta
Tenemos la primera muestra de ese su profetismo en el cuadro triste que presenta con su Informe al Sr. Ministro General del Supremo Gobierno, fechado el 4 de Noviembre de 1859. A nosotros nos va a servir de telón de fondo para valorar todo el apostolado de Subirana en Honduras, sobre todo entre los indios:
“Los dichos indios selváticos si el Gobierno, como lo espero, se sirve protegerlos, podrían ser muy útiles al Estado, pues son muy aficionados al trabajo, y esto basta, pero me es doloroso expresarlo, a pesar de las providencias que ha tomado el Gobierno en favor de esos infelices, se ven por varios de aquellos que deben cuidarlos y protegerlos, oprimidos y perjudicados.
“Se les perjudica en la libertad, haciéndoles trabajar por fuerza aunque nada deban, privándoles de trabajar para otras personas.
“Se les perjudica en lo que se les vende, haciéndoles pagar el valor de dos o tres pesos de plata por lo que vale dos o tres reales no más, como sucede en la ropa, y haciéndoles pagar por las hachas, machetes, fusiles y otros efectos diez veces más de su justo valor.
“Se les perjudica en las deudas, haciéndoles pagar la misma varias veces, y en ciertas ocasiones les exigen deudas unos sujetos con quienes nunca trataron, alegando que es la deuda de otro al cual dicen haberla comprado, siendo mentira.
“Se les perjudica en los trabajos de milpas, vegas y otras cosas, obligándoles por una res o ternero a hacer un trabajo que vale más de 100 pesos de plata, y hay ocasiones que se les hace repetir 2ª., 3ª., y 5a. vez de balde el mismo trabajo.
“Se les perjudica en lo que se les compra llevándoles por una res dos cargas de zarza (parrilla), o tabaco y engañándoles con la romana, llevándoles doce arrobas en lugar de ocho.
“Se les perjudica en el tiempo que se les da para que entreguen la zarza, concediéndoles de intento tan corto plazo que en él les sea imposible cumplir, para tener ocasión de cobrarles el duplo, lo que llaman pie de rastro.
“En fin, se les intimida, se les pescozea v se les trata de mil maneras si se niegan a hacer la voluntad injusta de sus opresores” .

Este informe detalla el que un año antes, en Octubre de 1858, había mandado al Sr. Ministro de Relaciones, con el que le denunciaba que los indígenas
“hasta la fecha han sufrido toda clase de vejaciones y miserias de aquellos que por medios los más inicuos han logrado sujetarlos: pero éstos son tan tiranos con los infelices inditos, que hay algunos que los hacen perecer de hambre; hay más, los hacen servir ordinariamente como bestias de carga; en fin hay algunos que hasta los apalean, les roban las mujeres e hijos y les violentan las hijas”.
La contestación al primer Informe fue rápida y eficaz, pues el Ministro de Hacienda, conforme en todo con el punto de vista del Misionero, daba la orden a la Administración de Trujillo de entregar al Padre 300 pesos para su obra.

31. De la palabra a la obra
Pronto vamos a ver a Subirana reuniendo en poblados a los indios dispersos. Aparte de catequizarlos y bautizarlos como cristianos e instruirlos en las letras, lo primero que hace es averiguar su situación económica y poner remedio a sus males humanos. En los documentos que mande a las autoridades se dará siempre a sí mismo unos títulos que, según parece, nunca se le concedieron oficialmente, pero se los atribuyeron y los aceptaron todos como válidos: “Misionero y Curador General de los Indios”, “Primario Protector y Curador General”, “Cristianizador y Primario Protector de los Indígenas”, etc. etc.

Al proclamar tan proféticamente la libertad de los indios, no se fiaba de que la entendieran rectamente y la llevaran a la práctica. Para ello, aparte de su acción personal ―que, dada su movilidad incesante de una parte a otra, no podía ser continua en cada poblado― instituye hombres de su confianza para que lleven a término las disposiciones concretas de promoción de los indígenas. Lo que hacía por sí mismo era:
“Procuro enterarme del mejor modo posible si tienen alguna deuda, y si la tienen les obligo a pagarla a quien corresponda, y si hallo que nada deben les digo que son libres, y que por lo tanto nadie debe hacerlos trabajar para sí”.

Las disposiciones que dejaba a los procuradores se resumían en estos puntos precisos y bien reglamentados:
1º. Hacer trabajar a todos, pero con esta orden estricta: “que primero trabajasen para sí, para que tuviesen que comer con sus mujeres e hijos y que después de esto hagan un trabajo en común para vender los frutos a su justo precio”.
Subirana se avanzaba a las modernas cooperativas...
2º. “Si hacen un trabajo ajeno, se les provea de herramientas y les paguen lo mismo que a los ladinos”.
Para él, la dignidad y los derechos humanos eran iguales en todos...
3º. Que se dé cuenta de todas las operaciones a los Curas de la Parroquia a que pertenecen, “porque ellos son los encargados por el Gobierno, o al Misionero cuando esté presente”.
Había que estar al tanto con la corrupción...

32. El Reglamento de los 12 puntos
En el mencionado Informe de Noviembre de 1859 al Sr. Ministro del Supremo Gobierno, propone un “Reglamento de 12 puntos” para fundamentar la justicia con que se debe proceder en los contratos de trabajo con los indios. Asegura en él que las dichas condiciones están fundadas en las imprescriptibles leyes de equidad y justicia de las cuales nadie debe eximirse. Este Reglamento es de lo más grave, valiente y sensato que dictó el Misionero.

Alvarado resume el famoso Reglamento con estas palabras:
“Libertad de trabajo; equidad en los contratos; si los indígenas niegan una deuda o alegan que ya pagaron y no se les puede comprobar en otra forma, no se les debe obligar; la aplicación del principio que nadie debe enriquecerse en detrimento de los indios; nulidad de los contratos que tengan por objeto vender, comprar o conmutar personas. La cesión de deudas deben hacerla en presencia de algún protector y con el consentimiento de los indígenas obligados”.

Subirana justifica el Reglamento y la solicitud al Sr. Ministro diciendo que, como cristianizador y primario protector de los indígenas, debe mirar por el bien de ellos, y como misionero por el bien de todos, y así “he pensado hacer un reglamento que sirva de guía a mí y a los demás protectores, a los mismos indios y a los que tratan con ellos para que éstos dejen de seguir condenándose por sus injusticias y aquéllos dejen por fin de ser perjudicados”.
Notemos el “condenándose”. Eso de apelar al castigo eterno por la injusticia es algo que hoy nosotros dejamos a un lado, pero que al valiente ―¡y tan bondadoso!― Padre Subirana no le tiraba para atrás y le movía más que nada en su celo evangelizador.

La respuesta del Gobierno fue rápida y eficaz. Nombraba Gobernador Civil y Militar de la Mosquitia a Don José Lamote, al que encargaba proporcionar a los indios los instrumentos de trabajo necesarios, ayudar a levantar las ermitas o capillas, construir las escuelas, designar los terrenos baldíos para entregarlos en propiedad a los indígenas, y hacer que “se cumpla el Reglamento que el Señor Misionero Don Manuel Subirana expidió para favorecer los intereses de los indios”.
Además, para facilitar todo, y como una contribución del mismo Gobierno, debían entregarse gratis el papel sellado con todos los timbres, aparte de que el sueldo del fiscal correría a cuenta del Estado.

33. ¿Y la actitud del Gobierno?...
El Padre pedía formalmente al Sr. Ministro que elevase todo al Sr. Presidente para que si tuviere a bien se imprima en la Gazeta del Estado. De hecho, el Reglamento se expidió con autorización del Jefe Político del Departamento de Yoro. Y, hay que decirlo en honor del Gobierno, el Padre consiguió siempre de las autoridades todo lo que proponía, como Ejidos y Curadores de Indios, y hasta Gobernadores cuando fue necesario, señalados por él a dedo, como los caribes Juan Franco y Victoriano Sambolá, que, de toda confianza suya, eran también los que necesitaban aquellos indios por él civilizados.

Es de admirar la respuesta del mismo Presidente Guardiola, que, dirigiéndose a las Cámaras Legislativas en su reunión ordinaria de 1858, y contraponiendo la actitud del Misionero a la de otros eclesiásticos que se enfrentaban sistemáticamente a todo lo del Gobierno por motivos no muy confesables, dice:
“Debo en obsequio de la Justicia hacer mención honorífica de los servicios últimamente prestados por el Señor Presbítero Manuel Subirana... Son muy importantes los servicios que aquel buen sacerdote presta actualmente al Estado en su empresa eminentemente evangélica y civilizadora... Ha logrado reunir a los indios formando poblaciones en donde les inspira amor al trabajo y amor a la sociedad... Estoy dispuesto a proteger esta empresa de la que más tarde sacará el Estado ventajas de consideración”.

Esto lo decía el Sr. Presidente después del Informe del Padre en 1858. Pero será aún más determinado ante las Cámaras después de recibido el de 1859:
“Don Manuel Subirana continúa prestando de buena voluntad tan importantes servicios a la República. Resuelto como estoy a favorecer la conquista y civilización de esos seres desgraciados, y contando con los oficios y deferencias del Prelado Diocesano, mis deseos son que dictéis cuantas medidas sean a propósito para castigar las depredaciones y crueles tratamientos que reciben de algunos malos hondureños, según estoy informado”.

A este párrafo magnifico respondió el Presidente de la Asamblea, José María Cisneros, que ésta
“adoptará medidas bienhechoras para atraer a nuestro seno las tribus selváticas, librándolas de las crueles vejaciones que las aleja y debilita la ambición de unos pocos sedientos. Ellos tienen derecho a nuestra estimación. Por consiguiente, siendo como en efecto son habitantes del Estado, merecen que se esparza entre ellos el santo fruto del apostolado y cuanta protección se les pueda dar”.

No hace falta copiar aquí documentos y más documentos del Gobierno, como respuesta a las proposiciones de Subirana, y que trae el libro “El Misionero Español Padre Manuel Subirana” del Lic. Ernesto Alvarado García, desde la página 79 a la 124. Desde luego, que el Gobierno de Honduras en aquel entonces merece un monumento...

Así, con valentía, con amor, con respeto, sin guerra, el Padre Subirana fue un “liberador” de primer orden, tanto que el historiador Jeremías Cisneros se atrevió a decir hace ya muchos años, a finales del siglo XIX:
“Si el catolicismo tuviera en su seno mayoría de representantes como Manuel Subirana, carecería el socialismo de coraje para atacar a una religión que sería entonces de paz, de concordia, de piedad, de misericordia y de infinito consuelo para la humanidad”.
Por lo visto, la genuina Teología de la Liberación no es tan nueva...



34. Dios premia a Guardiola
Todos sabemos la trágica suerte que le esperaba al Presidente Guardiola, asesinado por su propia Guardia de Honor en Comayagua al amanecer del 11 de Enero de 1962. Pero parece que el Cielo intervino milagrosamente a su favor en lo más importante de todo. El apoyo que prestó siempre al Misionero con miras tan elevadas, Dios se lo premió al Presidente con un hecho muy singular en orden a su salvación eterna.
El caso se cuenta de doble manera. Según la primera versión, el Padre Subirana dijo a la gente en el Santuario de Suyapa cuando marchaba el Militar para Yoro:
-Recen por el Presidente, porque necesita oraciones.
Y es que Guardiola, antes de emprender la marcha, había ido a confesarse con el Santo Misionero.
Pero hay otra versión que ha sido bien estudiada y parece más segura. El Padre celebró Misa en Yoro y, con una verdadera bilocación, se trasladó después milagrosamente a Suyapa, donde pudo conversar a solas y confesar al General, que poco después moriría para irse al Cielo.

¿Es esto posible? Todos sabemos que ese prodigio de la bilocación ―que consiste en estar a la vez en dos sitios diferentes y distantes― se ha dado con frecuencia en la vida de bastantes Santos. En la misma historia del Padre Subirana nos encontramos con este caso sorprendente. Viajando el Misionero hacia Gracias, hace noche en Mochito de Zacapa y llega a visitarle una buena mujer desde seis leguas de camino. Nada más la ve el Misionero, le manda:
-Vuelve a tu casa, que tu marido está agonizando y no llegará vivo a mañana.
-Pues si yo tampoco puedo llegar hasta mañana, tanto me da regresar como quedarme, porque no llegaré a tiempo.
-Vete pronto, que llegarás.
La mujer obedeció, se puso en camino, y, en cuestión de segundos, se encontró junto al lecho de su marido moribundo. Este traslado no se explica sino por una acción milagrosa, pues era imposible llegar caminando en toda la noche.

35. Subirana, colonizador
El que fue después Nuncio en Honduras, Monseñor Federico Lunardi, gran investigador, escribirá sobre nuestro Misionero en relación con los indios:
“Su verdadero padre fue el misionero Padre Subirana, que los reunió definitivamente en poblaciones casi como están ahora, les obtuvo sus derechos de tierras, les dio maestros y les dejó una memoria imborrable”.
Poblador. Miremos, ante todo, este aspecto del apóstol de Honduras.

El Padre Subirana acertó en su diagnóstico:
“No es fácil conquistar ni catequizar a los salvajes si primero que todo no se les promete mil veces que se les dejará vivir libremente en los pueblos que ellos tienen formados en las montañas o donde les da la gana”.
Muy cierto. Pero ideó la manera de cómo reducirlos a poblados para lograr que entrasen más fácilmente en la civilización.
1º. En el Informe de Octubre de 1858 pide al Gobierno que le proporcione solamente las tejas, porque él se las va a arreglar con los mismos indios para levantar ermitas, capillas o casas de oración en las inmediaciones a las fincas o haciendas donde ellos se encuentran. Una iglesia va a ser el mejor reclamo.
2º. Proyecta estas capillas sobre todo junto a los caminos llamados reales, “para que él u otros Padres tuvieran donde reunirlos a fin de seguir catequizándolos, instruyéndolos y civilizándolos, y así, como por grados, irlos acostumbrando a la religión y a la sociedad”.

¿Le dio resultado el plan?... En Junio de 1864, cuando ya había sembrado de capillas muchos territorios, escribía al Obispo Zepeda: “Los neófitos de varios puntos han levantado ya sus casas en rededor de las Ermitas y muchos otros las van a levantar”.
Y hemos de tener en cuenta que no se trata de un poblado que otro, sino que sumados todos los nombres citados en los diversos informes del Misionero y del Gobierno o que son traídos por los historiadores, resultan unas cuarenta y seis las capillas o ermitas esparcidas por doquier, en torno a las cuales se formaron otros tantos poblados.
No se entiende cómo en unos cinco años, desde que comenzó el plan, pudo realizar él solo semejante empresa, tan en consonancia con las gloriosas Reducciones de los jesuitas en el Paraguay.

36. Subirana, Agrimensor
“Agrimensor”, por darle un título a este apartado, consecuencia y complemento del anterior. Porque el asunto es mucho más amplio. La Gazeta Oficial del 21 de Enero de 1865, al dar cuenta del fallecimiento del Misionero, le atribuye la fundación de 21 poblados “cuyos habitantes han entrado ya al rango de hombres civilizados”. Un elogio imperecedero. A los dos años de llegar el Padre a la Costa Norte, ya había logrado la conversión de casi todos los indígenas, que, bautizados, tenían que consolidar ahora su formación cristiana y, a la vez, humana. Era necesario acabar con la dispersión en que vivían y reducirlos a poblados en torno a la iglesia y a la escuela.

Los terrenos que el Misionero escogía para acoplarlos eran terrenos baldíos, pero que debían llegar a ser propiedad de sus pupilos allí congregados. El 2 de Febrero de 1864 eleva al Sr. Ministro de Hacienda su petición formal de que se les conceda gratuitamente siete caballerías de tierra a cada uno de los poblados que había fundado. La solicitud fue atendida, y, antes de morir a los nueve meses, el Padre ya había firmado las propiedades, según derecho, de Agua Caliente, Candelaria, Cerro Bonito, El Tablón, Las Vegas, Ojo de Agua, Palmar, Pintada, San Francisco, Venque de Lagunetas, Tela (antes de Yoro y hoy de Atlántida) y Pueblo Quemado, llamado después SUBIRANA en memoria del Misionero.
En 1913 se les reconocía a los de Anisillo la concesión hecha al Misionero hacía 49 años, y en 1927, sesenta y tres años después, a los indígenas de la Montaña de la Flor, colocados allí, según el Gobernador, por “Monseñor Subirana, Apóstol de la Raza Indígena”.
Y aparte de estos poblados mencionados por el mismo Subirana en su Informe al Ministro, el historiador Vallejo enumera en 1887, veintitrés años después de la muerte del Padre, otras 33 aldeas fundadas por el infatigable Misionero y colonizador.

¿Y cómo dividía las tierras el Padre para ser justo con cada uno y con el mismo Gobierno? Mejor que divagaciones propias, vale la pena recurrir al testimonio del Ingeniero Díaz Chavez:
“Se encuentran en el Departamento de Yoro terrenos deslindados por el misionero, en cuyas mensuras operó con gran precisión científica. Para excluir predios indígenas siempre encontré la misma exactitud matemática, el ángulo correcto, la declinación magnética bien determinada y referida al meridiano astronómico del lugar, distancias exactas, acerbos de piedra relacionados con señales lejanas del horizonte y otros detalles demostrativos de los extensos y sólidos conocimientos del misionero en matemáticas, astronomía esférica y topografía”.

37. Los frutos, a la vista
En la célebre exposición de Febrero de 1864 al Ministro de Hacienda, el Padre Subirana escribía:
“Más de 6.000 indios liberados del paganismo, que antes no reportaban ninguna ventaja para la religión ni la república, ahora, dirigidos por él y por sus celadores, progresaban bien sensiblemente por el camino de la civilización y por su mucha laboriosidad servían de gran utilidad a Honduras, supliendo a las necesidades del Estado, en los años de escasez, por sus cosechas de maíces, tabacos y otros artículos”.

¡Tabacos!... El tabaco. ¡Con qué sencillez lo dice el Padre! Pero el historiador Eduardo Martínez López asegura que “el Misionero enseñó a sus hijos adoptivos no sólo a cultivarlo sino a elaborarlo con especialidad y con una perfección exquisita, como lo comprueba la buena calidad de sus puros, que pueden competir con los de las otras tabacaleras del país”.
Por eso, cuando en Septiembre de 1864 el Gobierno prohiba sembrar más tabaco, el Padre Subirana solicitará la excepción “para los indios selváticos recién cristianos, ya porque el Gobierno ha dado pruebas nada equívocas de querer favorecer a los dichos indígenas, y esto no sería favorecerlos sino perjudicarlos” .

38. Subirana, Educador
Reunir a ]os indios en poblados tenia como fin principal el tenerlos a mano para darles el mejor beneficio de la civilización, como es una instrucción al menos elemental. La escuela era del todo necesaria. Y el Misionero no se dio un punto de reposo hasta establecer, donde podía, tantas escuelas como iglesias. Y logró mucho. Tanto que, años después, el Presidente Paz Barahona ordenará colocar su retrato en el Salón de Honor de la Escuela Normal de Tegucigalpa reconociéndolo como “BENEMERITO DE LA INSTRUCCION PUBLICA”.

La situación de la instrucción pública era lamentable cuando Subirana inició su evangelización. En toda la Costa Norte no había más escuelas primarias que las de Trujillo, Yoro, El Negrito y Sulaco, junto con la de Olanchito, que acababa de abrirse. En 1861, el nuevo Gobernador de la Mosquitia recibe el encargo, en conformidad con lo establecido por el Misionero, de “comenzar a establecer tan luego como sea posible, las escuelas en que deben recibir los primeros e indispensables rudimentos de la enseñanza católica”.

Para Subirana parecía un axioma aquello de otro misionerazo de su tiempo, en el corazón del Africa, el Obispo San Daniel Comboni: “Hagamos cristianos y tendremos hombres”. Muchos, ciertamente, dicen al revés: “Hagamos primero hombres para poder después hacer cristianos”. El Padre Subirana supo conjugar maravillosamente ambas cosas a la vez: civilizar evangelizando y evangelizar civilizando. Lo que construía por doquier, y a un tiempo, eran iglesias y escuelas. Y el texto de lectura en las escuelas era, ante todo, el catecismo “Ripalda Ilustrado”, compuesto y adaptado a Honduras por él mismo. Era el texto con que se aprendía a leer en sus escuelas a la vez que formaba las conciencias.

Y aunque lo de las escuelas incumbía primeramente al Gobierno, el Padre no se desentendió de ellas. Levantó las que pudo, tanto que el Gobierno, siempre atento a la obra del Misionero, liberó de “cargas concejiles y servicio de armas a los curadores y maestros de escuela que el Sr. Subirana tenga ocupados en la civilización de los expresados indígenas”.

Nadie sabe qué escuelas debieron su existencia a la construcción y organización directa del Padre y cuáles al Gobierno instigado por el Misionero. Entre las suyas propias cita las de Dulce Nombre, Santa María del Carbón, Pueblo Quemado, Guineos y Ojo de Agua. Y escribía pocos meses antes de su muerte, como una meta prefijada de mucho tiempo atrás y mantenida firme hasta el fin: “Pienso ir poniendo en los demás puntos, así como pueda”.

¡Que aprendan a leer!... Era una de las obsesiones del Misionero. En 1937 aún vivía Don José Urbina, que recordaba la amonestación simpática y cariñosa del Padre:
-Aprende a leer, bobaliconcito, aprende a leer.

Con la colonización y la enseñanza, llevadas a la par que la evangelización, Subirana consiguió lo que la Gazeta Oficial del 21 de Enero de 1865, ya antes citada, declaraba a raíz de su muerte, al atribuirle la fundación de 21 poblados “entre las hordas selváticas de nuestras costas del Norte, cuyos hombres han entrado ya al rango de hombres civilizados”.

39. Subirana, catequista
No puede faltar una referencia a esta nota destacadísima de nuestro Misionero. Aquí tiene la palabra, más que nadie, el redentorista Padre Valentín Villar, infatigable y afortunado investigador, que, a fuerza de hurgar en los recuerdos del Padre Subirana, dio con un ejemplar del Catecismo, desaparecido casi por completo.

¿Qué había ocurrido?... El Padre no podía llegar a todas partes y, por lo visto, quiso suplir su ausencia con el catecismo de Ripalda, modificado y adaptado por él mismo a las necesidades y mentalidad de sus encomendados. Parece que la edición de El Salvador, que nos ha llegado a nosotros, fue la segunda. Se repartió por toda Honduras. Pero, muerto el Padre y sin cuidarse nadie de sacar ediciones sucesivas, hoy no se encuentra un ejemplar ni con la linterna de Diógenes... El que tiene el Padre Villar ―¡y está completo por milagro!― lo halló en una casa de Santa María de la Paz el año 1953. Las fotocopias que tenemos se las debemos a su generosidad. Si lo poseen otros campesinos, es imposible conseguirlo, ni prestado, aunque se les ofrezca dinero:
-¡No! Es recuerdo del Santo Misionero y tengo promesa de no venderlo.
El Padre Juan José Pineda, claretiano, ha dado hoy casi milagrosamente con un ejemplar entero en el Arzobispado de Tegucigalpa.

Es suposición del Padre Villar que han desaparecido todos los ejemplares, y los hallados están totalmente mutilados, precisamente porque el catecismo se convirtió en texto de lectura en las escuelas. Los niños perdían su ejemplar o arrancaban las hojas que les señalaban, conforme a la norma que el mismo Padre Subirana establece en la presentación: “Los padres de familia y los maestros de escuela podrán señalar a los niños la parte que más les convenga aprender”. Si le preguntaba el Padre Villar a algún viejecito si sabía leer, la respuesta era conmovedora:
-Sé leer sólo por el Catecismo.

Para nuestro gusto de hoy, quizá ese Catecismo requiera algún retoquecito. Está el Ripalda bastante ampliado, con glosas que tienen el fin evidente de formar en la vida cristiana. Y ojalá se hiciera una realidad el suspiro del Padre Villar:
“Quiera Dios que el Catecismo del Padre Subirana vuelva a ocupar un puesto de honor en los hogares hondureños, y ojalá llegue a la Escuela Nacional de donde salió desterrado hace años, con cuyo destierro nadie ha salido beneficiado, ni la educación cívica, ni las virtudes ciudadanas, ni la familia cristiana”.

40. Cantor que hacía cantar
No voy a decir que el Padre Subirana fuese poeta, porque no lo era. Pero sus versos se hicieron muy populares entre las gentes sencillas. Además, tocaba muy bien el violín, que siempre llevaba consigo, y el violín no era en sus manos un instrumento de diversión, sino un medio poderoso para captar y entretener a las gentes durante los actos de la misión o en sus catequesis continuas.

Fueron célebres las coplas de su “Vamos fieles alabando”, con las cuales enseñaba al pueblo a la vez que le hacía cantar. Traemos alguna que otra coplilla nada más, escogida al azar y como ejemplo:
Vamos fieles alabando
a nuestro Dios y Señor,
con grande fe y esperanza,
y el más encendido amor.
La segunda, que es el Hijo,
se hizo hombre por nuestro amor
en el vientre de María,
que siempre virgen quedó.
Los buenos irán al Cielo
a gozar siempre de Dios,
y los malos al infierno
a arder sin fin, ¡ay, qué horror!
Digamos todos contritos:
Hemos pecado, buen Dios.
Tened piedad de nosotros,
mudadnos el corazón.

O como la catequesis sobre la Confesión. que comenzaba con esta estrofa:
Hijo, si has pecado,
no hay otro remedio:
o confesarte
o ir al infierno.

Esto, lo que el Padre componía para el pueblo. Pero el pueblo también compuso sus “Alabados” para el Padre, como las simpáticas coplas:
El año cincuenta y seis
el mundo se iba a perder,
y el Cielo nos mandó un santo
que nos vino a socorrer.
Juticalpa triste llora
lágrimas del corazón
en aquella infeliz hora
en que se fue la misión.

No mucho antes de morir, el Padre dejó como en testamento dieciséis estrofas en versos eptasílabos, ingenuos, sin artificio. Es un canto de despedida que nos descubre su alma hermosa. Algunas también:
Decidme, Jesús mío,
¿cuándo os podré yo ver
a la derecha del Padre,
sin miedo de os perder?
Servir a Jesucristo
es toda mi ambición,
y verlo allá en la gloria
será mi galardón.
El dejar esta vida
no me puede penar,
pues otra mejor vida
sé que se me va a dar.
Mi bien no está en el suelo
ni acá lo buscaré.
¡Al Cielo, al Cielo, al Cielo!
Allí lo encontraré.

Amó mucho a Jesucristo y tenía mucho amor a María. El pueblo adivinó cuánto era ese amor a Jesús, y le puso un sobrenombre con el cual ha pasado a la posteridad en Honduras: Padre Manuel DE JESUS Subirana. El “de Jesús” no era nombre de pila, pero el instinto certero del pueblo no se equivocaba...

41. Subirana, santificador del pueblo
Pero, ya se ve, el objetivo principalísimo al que iban dirigidos todos los esfuerzos del Misionero era la santificación y salvación de las gentes, para constituir un pueblo santo, un sacerdocio real, una nación consagrada, conforme al ideal de Dios. ¿Lo consiguió?...
Aunque metido ante todo entre los indígenas, igual que entre los morenos caribes, no deja en ninguna parte de trabajar con los blancos y con nuestros clásicos ladinos, porque debía mirar, dice él mismo, “por el bien de todos”.
No descuidó su ministerio de las Misiones en los pueblos tradicionalmente cristianos, con las que consiguió en Honduras frutos resonantes, sobre todo por el arreglo de innumerables matrimonios, como en aquella ya mencionada de Danlí, donde vimos que se unieron en matrimonio 130 parejas y se acercaron a comulgar 5.543 fieles... Podrían mencionarse bastantes más, pero sería repetir lo mismo en cada una de ellas.

Aunque merece recuerdo especial la de Gracias, por el voto que hicieron sus habitantes ante la imagen de la Virgen de la Merced. Pidieron al “Santo Misionero” que les librase de la maldición que hacía un siglo pesaba sobre ellos. Se celebró la Misión en Abril de 1859. A excepción de cuatro rebeldes, se confesaron y comulgaron todos los fieles, después de haberse arreglado todos los matrimonios ilegítimos.
Sólo entonces, el 15 de Abril, se organizó una procesión sin precedentes, de ocho a diez mil personas, con penitencias muy pesadas, en desagravio por el sacrilegio que se había cometido contra la imagen “fundadora” de la Merced, cuando de un golpe le incrustaron en la frente una pedrada, razón por la cual ―dicen, aunque no sea verdad― los Padres Mercedarios maldijeron a la población.
El Misionero recibió a la inmensa procesión en el templo, y desde el púlpito, con el Crucifijo en la mano, le aceptó el voto en nombre de Dios. Se levantó acta, firmada por el Misionero, por el Párroco y por el Gobernador, y el documento público, para que se conservase siempre, fue colocado a los pies de la imagen veneranda, aparte de ser enviada copia fiel del mismo al Archivo Eclesiástico y al de la Municipalidad.

Ya sabemos como procedía con los indígenas. Ante todo, la iglesia o capilla. A su alrededor, sin que nadie se lo mandara, se iban reuniendo los que vivían dispersos. Venia a continuación la escuela, donde aprendían a leer con el catecismo del Padre, con el que llegaban a saber lo necesario para la salvación a la vez que se les grababan en la memoria las oraciones de cada día.

El efecto fue inmediato y consolador, según escribe el mismo Subirana al Obispo, “como zagal del pastor general de Honduras para darle cuenta de la porción de ovejas que se digna permitirle cuidar”. Agradece a Dios que su obra “especialmente en el Departamento de Yoro ya comienza a progresar. Da gusto ver como saben rezar”.

42. El Padre era un santo
¡Claro!, el Padre Subirana, instrumento dócil en las manos de Dios, era causa de la santificación del pueblo porque el pueblo estaba convencido de que tenían con ellos a un santo, al “Santo Misionero”.
Un hombre de edad avanzada le declaró al Padre Garrido que su mismo abuelo le contaba cómo una noche espiaron por una rendija al Padre, cuando se creía solo haciendo oración, y lo vieron envuelto en resplandores celestiales.
Igual que en aquella casa donde se hospedaba. Oyen un ruido a mitad de la noche, van al aposento del Misionero, que estaba acostado en el suelo con la cabeza en una piedra por almohada, lo encuentran todo iluminado y a un Cristo resplandeciente que emergía del pecho del Padre...

Una vez el Padre, ante la veneración que suscitaba su persona, casi repitió la escena de Pablo en Listra... Volvía de la Mosquitia, y en la aldea de Guata se reunió una auténtica multitud para recibirlo. Los señores Rubí, fuertes hacendados del lugar, le prepararon un gran banquete, que el Misionero agradeció pero no quiso tomar. Se contentó con una taza de té. Lo demás, podían repartirlo entre la gente necesitada. Pero la gente, más que la comida, quiso beber en la taza que había usado el Padre para el té. Todos se la disputaban como reliquia y se armó un desorden serio de verdad. Enterado el Misionero, sale todo enojado:
-¿Qué hacen? ¿Se dan cuenta del absurdo que cometen? Soy un simple hombre venido de España, pero como un otro cualquiera.
Así se le veneraba. Así manifestaban las gentes el concepto de santidad en que todos lo tenían.

Los historiadores que han hablado de él son unánimes en testimoniar su virtud. Como Esteban Guardiola, que lo retrata como
“de costumbres austeras y edificantes, casto, benévolo, prudente, activo y abnegado, llegando hasta el sacrificio. Recorrió el vasto territorio de Honduras atravesando muchas veces a pie montañas elevadas, cuestas escarpadas, valles extensos, ríos caudalosos y pantanos miasmáticos, sufriendo el rigor de las estaciones y las inclemencias del clima: todo por cumplir su deber y por satisfacer los anhelos de su alma de propagar la sublime doctrina de Cristo”.

Luis Martinez, aludiendo a su fama de milagrero, dice atinadamente, refiriéndose al milagro de su vida:
“El Padre Subirana no hacía milagros, ni buenos ni malos. Ni los de Jesús el Nazareno ni los de Simón el Mago. Hacía uno: sabía acercarse al pueblo como su mejor amigo y sabía conducirlo por el mejor sendero. Por este milagro fue capaz de repartir bondades como quien reparte rosas blancas, como quien da confituras a los niños, como quien tira migajas a los pájaros... Inculturado en la Honduras de entonces, siempre se mantuvo en contacto con el pueblo humilde. Comió su pan de maíz, su ración de frijoles, bebió su jícara de pinol, su guacal de leche, durmió en su hamaca de cabuya o en su cuero de res”.

Jeremías Cisneros, allá por 1896, y recordando los años de su niñez, explicaba así el fenómeno de la veneración de las gentes a Subirana:
“Los pueblos se agrupaban en masa a su tránsito, dándose el ejemplo de un prestigio sin igual en su favor y de una adoración semejante a la que se tributa a las imágenes de la Divinidad. La fe profunda de aquel ministro del altar, su abstinencia sistemática, su caridad inagotable, el fervor que revelaba en el culto, su conducta ascética y del todo irreprochable, y la absoluta consagración que demostraba a su Ministerio, justifican la especie de idolatría que el vulgo le profesaba”.

HISTORIAS Y LEYENDAS. HECHOS Y DICHOS...
Juicio que debemos formarnos

Esta sección tiene un interés único y excepcional en la vida de Subirana. El Misionero de Honduras llenó todo el ámbito nacional con unos acontecimientos prodigiosos que dejan desconcertado a cualquiera... El redentorista Padre VALENTIN VILLAR ha sido el que más se ha metido a fondo en la investigación y recopilación de esas tradiciones, aunque confiesa que le debe mucho al Ingeniero POMPILIO ORTEGA, ¿Que pensar de ellas? Admitámoslas sobre las siguientes bases.

lª. Algunos hechos son rigurosamente históricos ―con lugares, fechas y nombres detallados―, como los han realizado otros muchos Santos. El historiador no puede acortar la mano de Dios...
2ª. Por sorprendentes que sean la mayoría, no se puede negar el fondo histórico que los sustenta. En su conjunto son reales, vividos por el pueblo.
3ª. La fantasía popular ha podido añadir detalles portentosos, inverosímiles tal vez, para realzar el poder taumatúrgico del Santo Misionero. Pero el sustrato permanece firme.
4ª. Respecto de las profecías hay que decir que el Padre hizo bastantes, confirmadas después por los hechos. Pero el pueblo, con su imaginación vivísima, las multiplicó a montones. Y el resultado ha sido simpático: “El Santo Misionero” ya predijo el desbordamiento del río, el ciclón de muchos años más tarde, la instalación del ferrocarril y el correr de los automóviles, el invento del avión que volaría, la plaga de las sectas contra la Iglesia Católica... Todo, todo lo que hemos visto nosotros “Tenía que suceder”, porque “así lo anunció el Misionero”...

Algunas de estas profecías sí que han sido ciertas y se han podido comprobar. Por ejemplo, la que lanzó en Cuevas, hoy Trinidad:
-Sálganse de este lugar, porque este cerro se va a derrumbar, corriéndose hacia el río, y existe un centro magnético que con el tiempo hará unas descargas eléctricas muy peligrosas.
Lo cierto es que el cerro se ha ido desgarrando y las descargas eléctricas han sido muy frecuentes y perjudiciales.
Igual que la hecha a los habitantes de Santa María de la Paz, a los que dijo:
-Tienen buenas tierras, pero pasarán a manos extrañas y ustedes tendrán que emigrar a otras regiones.
Hoy, casi todo el territorio de Santa María, sobre todo Los Planes, pertenece a firmas muy extrañas, como Casas, Ulher, Gastel...
O la de Ocotepeque, de la que dijo al verla:
-¡Hermosa ciudad! ¡Lástima que tenga que desaparecer!...
Y así fue. La ciudad que conoció el Padre Subirana ya no existe desde 1931, al ser arrasada casi completamente por las aguas.

Respecto de las profecías sobre los inventos, como el avión, parece que no están más que la imaginación del pueblo. Pero sí que parece cierta la del ferrocarril, sobre el que dicen que dijo:
- El trabajo del ferrocarril ocasionará la ruina de la República, porque con él los extranjeros se posesionarán de las tierras de la costa.
Lo mismo que la otra sobre las sectas:
- Vendrán predicadores de sectas religiosas, tratando de destruir la fe y la religión católica, proporcionando libros y dando dinero para engañar a los incautos.

He de confesar con sinceridad que este punto de los milagros y las profecías ha sido el mayor obstáculo que me ha detenido por tanto tiempo en la redacción del librito, pedido con tanta insistencia sobre todo por el Padre Villar, el archivero Padre Jesús Bermejo en Roma y el Padre Juan Sidera en Vic.
A éste ultimo le debo el acertado consejo: “Escriba todo sin meterse en la investigación histórica de los hechos. Descríbalos tal como se conservan en el pueblo. Tomados en conjunto, son ciertos y confirman la fama de santidad de que gozó el Padre Subirana en Honduras”.
Porque la alternativa me resultaba difícil.
Callar estos hechos constituía una laguna grave, un vacío incomprensible e imperdonable en la vida del Misionero, ya que toda Honduras vive de ellos y los espera en el libro. Sin ellos, esta Vida no sería la Vida del Padre Subirana...
Ponerlos, significaba para mí meterme en indagaciones históricas, hoy casi imposibles de realizar, aunque Pompilio Alvarado y, sobre todo, el Padre Villar ya lo habían recopilado todo.

Espero haber atinado con esta sección. ¿Historias? ¿Leyendas?... Lo mismo da. Son la expresión de la fama de santo y de taumaturgo de que siempre gozó el Padre Subirana en Honduras. Cuento con la benevolencia del lector...
43. Casos y más casos
1. Pues, ¡vaya predicador!... El Padre Subirana predica misión en Colinas, y Mateo Fernández lo escucha con atención embobada. Sale fuera de la iglesia al parque para invitar a los que no han querido entrar:
-¡Vengan, vengan y verán que es Dios mismo el que predica!
El Misionero no ha podido oír nada, pero interrumpe el sermón:
-No, Mateo, no digas que predica Dios. Di que predica el enviado de Dios.

2. Un desmayado que escarmienta... En San Nicolás hay un hombre que reparte sin cesar oraciones supersticiosas. Viene a confesarse con el Padre.
-¿No tienes y repartes oraciones falsas?
-No, Padre.
Y al momento cae desmayado. Se rehace, y de nuevo la pregunta:
-Pero, ¿de veras que no las tienes?
-No, Padre. No las tengo.
Nuevo desmayo más grave. El Padre le impone la mano, y el mentiroso penitente recobra el sentido.
-Sí, Padre; es cierto. Pero ya no lo haré más.
-Bueno. Las vas a quemar todas y en penitencia vas a ir durante ocho días a la trojita, prenderás una candela y rezarás un Padrenuestro y tres Avemarías.

3. Un caballo obediente... El negrito acompañante, algo perezoso, recibe el encargo del Padre:
-Vete a abrevar mi caballo a las Pocitas.
EI muchacho no quiso llevarlo hasta allí y le fue a dar agua en un río más cercano. Pero el animal, ¡que si quieres!, se empeñó en no bajar la cerviz para beber. Regresa el jinete haragán, y, sin haber dicho palabra, oye la reprensión del Misionero:
-¿Sabes por qué no quiso beber el caballo? Porque tuviste pereza de llevarlo hasta las Pocitas. Vuelve allá y ya me dirás después.
No hizo falta que el negrito dijera nada, pues el animal dejó por poco secas las Pocitas...

4. Enterrado de mala manera... Un tal Romualdo Castro, arrepentido de haberse casado con la que era su concubina, se echó al cuello por soga la banda de seda, de moda entonces entre los hombres para ceñirse los pantalones, y se ahorcó en el guayabo indígena de las lomas de Santiago, por Yoro. Las gentes quedaron aterrorizadas por el hecho. Entonces el Padre, para dar un escarmiento, dispuso descolgarlo del árbol, abrir una fosa fuera del cementerio, y, arrastrado hasta ella, que lo enterraran sin más.
¿Bien hecho? ¿Mal hecho?... El moderado General Alvarez, que fungía como Gobernador del Departamento, le reconvino al Padre su acción. Pero el Misionero se defendió, y se explicó:
-Yo he dado esa orden contra mis convicciones y mis sentimientos religiosos. Pero Usted estará acorde conmigo en que esta gente casi está en un estado de barbarie deplorable y que mi labor es ardua. El suicidio es contagioso. Y he de aprovechar esta ocasión en que se han congregado doce mil almas para dar un escarmiento y meterles el santo temor al infierno, igual que al suicidio. Eso que Usted llama escándalo es providencial. Le aseguro que pasarán muchos años para que esta población vea otro suicidio.
Y decían los ancianos que pasaron más de cuarenta años para que hubiese otro suicida por allí...

Quizá nos convenga hacer aquí una sencilla reflexión. En bastantes casos que se cuentan del Padre Subirana, veremos al Misionero actuar con cierta dureza cuando castiga. Es algo que llama la atención en un hombre que era todo bondad. Hasta parecería que sus reprensiones eran a veces humoradas o bromas algo pesadas. Pero tal vez tengamos la respuesta en esta explicación que ha dado al General Alvarez. Sus castigos eran medicinales, algo así como el de Pablo con el incestuoso de Corinto: “Para que su alma se salve en el día del Señor” .

5. Una piedra cazadora. Un hombre de la Ceibita tenia suerte con su piedra misteriosa. Gracias a ella, cazaba muchos venados. Al llegar el Padre, y sin que nadie le dijera nada, se encara con el afortunado cazador:
-Esa piedra es un amuleto muy malo que te hace comer espíritus inmundos. Si no fuera por ella, verías, como los demás cazadores, algún venado que otro y no a manadas como se te presentan. Vete ahora mismo al río y arroja en él esa piedra.
Mohíno, el hombre fue a cumplir lo mandado, pero, ¡vaya pérdida!... Aunque encontró la solución en su mente avispada:
-Bueno. En vez de tirarla al río, la escondo en la orilla y la vuelvo a recoger cuando se haya ido el Misionero.
De poco le valió la estratagema.
-¡Cobarde! ¿Por qué no has tenido valor para obedecerme y arrojar la piedra al río? Regresa, y haz lo que te mando...

6. Una comadrona notable. Una simple profecía a una joven buena, que le cayó por lo visto muy bien al Padre.
-Margarita, tú vas a ser muy buena comadrona.
Margarita Mejía se quedó perpleja. Pero el tiempo dio la razón al Misionero profeta. Porque Margarita era llamada de todas partes para ejercer su bello oficio, que practicaba con maestría y caridad, y mediante el cual hizo mucho bien entre sus buenas paisanas.

7. Ladrones con suerte. Dos muchachos de unos veinte años deciden ir a confesarse con el Misionero, que les dice sin más:
-No les doy la absolución porque no están preparados. Hace ocho años que robaron unas sandías en la finca de Fulano y aún no las han pagado. Vayan al dueño, se las pagan o le piden que se las perdone.
¡Qué remedio les quedaba a los dos pobres ladronzuelos!... La finca estaba lejos y hacia ella que dirigen sus pasos sin tardanza. No llegan hasta las cuatro de la mañana. El dueño se levanta mal humorado, para oír:
-Es que nos manda el santo Misionero Subirana a hablar con usted.
El nombre de Subirana era demasiado grave, y el finquero les atendió generoso.
-¿Qué ocurre?
-Pues... que a usted le robamos unas sandías hace ocho años, y el Padre nos manda a pagárselas ahora, a no ser que usted nos las perdone.
Ni que decir tiene que el señor fue comprensivo y les condonó a los dos muchachos su vieja travesura...

8. El famoso indio Ciriaco Zamora. Era el terror de toda la comarca de Petoa. Hijo de mestizo y de india, feo por demás, vestía del modo más primitivo. Con una obsesión patológica por las mujeres, ¡pobrecita la que cayera en sus manos!... Las acechaba por doquier, ya que no podía pasar sin una “fembra” u otra. Al hacerse con una nueva víctima, se la llevaba al bosque, hacía con ella lo que le venia bien durante días, la torturaba con sadismo si precisaba, y la despedía... hasta encontrar otra. Al llegar el Misionero e informado debidamente de todo, lo hace traer a su presencia.
-¿De dónde eres, indio?
-De Tamagasapa, señor.
-Tú estás hecho de sapos y culebras, indio. Eres el azote de las familias cristianas. Si no cambias de conducta serás siempre un maldito de Dios. El diablo seguirá guiando tus pasos hasta llevarte al infierno, a cuyas puertas estás. ¡Ponte de rodillas! ¿Quieres ser buen hombre, indio?
-Sí, señor.
-¿Aceptas a Dios?
-Sí, señor.
-¿Te arrepientes de tu vida deshonesta?
-Sí, señor.
-Entonces, te perdono y te doy la bendición. Si no cumples como buen cristiano serás bestia del infierno.
El pobre Zamora empezó a llevar vida ordenada y perseveró bien. Pero las mujeres le pagaron mal. Una que empezaba a tenerle cierta confianza, hubo de escuchar a la mamá:
-Hija, perro que come cuero, cuando no lo come lo huele. Este indio es capaz de engañar a nuestro querido Padre Subirana...

9. Una adivinadora precoz. Aquel día en casa de Cornelia no había más que llanto. ¡Si su papá le hubiera hecho caso!..., se lamentaban todos. Pero, ya era tarde. ¿Qué había ocurrido?... Al llegar el Misionero a aquel pueblo se le arremolinaron las gentes alrededor, mientras que el Padre buscaba con ojos inquietos a una señora.
-¡Que venga Cornelia! ¡Que venga Cornelia!
Y Cornelia, ante el Padre, escucha gozosa:
-Mira, vas a tener una niña que después va a poseer el don de adivinar muchas cosas. Pero tendrá enemigos que te la van a perseguir.
Y le dio instrucciones de cómo formar a la futura hija. Efectivamente, vino al hogar una niña preciosa, que, ya algo mayorcita, adivinaba lo que de ningún modo podía conocerse por anticipado. Hasta que un día el papá, por asuntos de negocio, hubo de ausentarse de casa durante algún tiempo.
-¡No te vayas papá! Si te marchas, al volver no me encontrarás viva.
Pero el buen hombre tenía que irse, y se marchó. La esposa consintió en que la comadre se llevara y guardase a la niña, que iba temblando de pies a cabeza. Hubo de regresar a casa muy pronto, enfermó la pobrecita, y a los pocos días moría plácidamente. El papá estaba inconsolable. La hijita descansaba en el cementerio...

10. Un puente solidísimo. Lo vi personalmente, y casi no lo podía creer. Las gentes del lugar lo muestran con admiración y orgullo. Aquel puente de un solo tronco sobre el río tiene una historia singular. ¿Cómo puede seguir allí, después de bastante más de un siglo, sin que la madera se deshaga carcomida?...
En Rio Lindo se multiplicaban los enfermos, y nadie sabía el porqué, hasta que vino el Padre Subirana, el cual sentenció seguro:
-Caen enfermos de tanto pasar el río descalzos.
Y con decisión, el Misionero manda cortar un árbol cercano, lo “afina” poco más o menos él mismo, lo tienden entre todos sobre el río, ¡y allí está todavía impávido, respetado por las crecidas y prestando sus servicios!...

11. Una fiera contra el caballo. En una de sus andanzas misioneras tuvo el Padre que pasar la noche donde pudo, porque no había cerca ningún potrero. El negrito que le acompañaba ató el caballo a un árbol, ¡y a dormir sea dicho, hasta mañana! Solamente que, al amanecer, el pobre muchacho se echó las manos a la cabeza, temblando. El caballo estaba destrozado y con graves mordiscos por todo su cuerpo.
-¡Padre, que un tigre ha dejado muy mal a su caballo!
Tranquilo, el Misionero corta una varita, golpea suavemente al animal, mientras le dice:
-¡Venga, levántate, animal de Dios! Que aún me haces mucha falta.
Y el obediente caballo volvía a caminar tan feliz como si nada hubiera pasado...

12. Casamentero, no. Pero... En Sulaco se aprestaba el Misionero a legalizar el matrimonio de un gran número de parejas. A todos los pretendientes les miraba el Padre con ojos escrutadores. ¡Que sepan lo que van a hacer ante Dios y la Iglesia!... Y cuenta el distinguido caballero Don Domingo Cruz lo que le dijo el Padre a uno de los presentes que estaba a su lado:
-Esta no será tu esposa. Anda, entrega esa niña a sus padres y mañana vienes con Fulana de Tal. ¿Cómo quieres que críe a los cuatro hijos que tienes con ella?
Aquel tipo irresponsable se quedó mudo, entró en razón, y al día siguiente se presentaba con la que debía y el Padre le había indicado...
Lo mismo le pasó a un joven que se quería casar y tenía ocultamente dos hijos por ahí...
-Tú tienes dos hijos con otra mujer y no debes casarte con la joven que pretendes, sino con tu señora.

13. El horror de un aborto. El caso es espeluznante, y se cuenta en varias partes de Honduras, aunque el Ingeniero Pompilio Ortega lo sitúa en Taulabé.
Terminada la Misa, sube el Padre al púlpito y llama por su nombre a cierta mujer allí presente. La aludida empieza a temblar, pero sabe que es inútil resistir al Misionero, y se adelanta hacia el presbiterio, en medio del asombro del pueblo, que no adivina aquel misterio. Baja el Misionero del púlpito, y ordena que le sigan todos, a él y a la mujer que lleva al lado. Se dirigen a un lugar solitario, y entre cerros y pedregales se detiene la improvisada procesión. Reunidos todos, el Padre ordena a la mujer:
-Levante esa piedra.
La mujer hace un gran esfuerzo, pero no puede alzarla y cae desmayada.
-¡Levántela! Ayer tuvo fuerza para subirla y hoy no la puede mover. Inténtelo de nuevo, pues Dios quiere liberar su conciencia y salvar de un peligro a todo este pueblo.
Al fin puede la mujer con la piedra. La levanta, y un ¡ay! terrible se alza de todas las gargantas cuando ven que salta la misteriosa serpiente que allí se ocultaba. El ofidio se enrosca en el pecho de la aterrada mujer y empieza a mamar el pecho... La gente huye. El Padre los convoca a todos, que al fin se van acercando temblorosos. De nuevo la procesión hacia la iglesia, y, una vez dentro todos, el Padre le ordena a la mujer:
-Coloque a la serpiente en ese rincón.
Una vez quieto allí el animal, el Misionero predica desde el púlpito un fuerte sermón contra las mujeres que, por evitar el qué dirán después de un error, asesinan a sus propios hijos en vez de acogerlos con humilde generosidad y con el corazón y los brazos abiertos. Termina el Padre de predicar, y dice con cariño y comprensión a la mujer:
-Tome su hijito y vaya a darle sepultura.
Nuevo espanto en todos. La serpiente había vuelto a ser el cadáver del niñito, sofocado y con amoratados hematomas en la garganta.
El Ingeniero Pompilio acaba el relato diciendo, con cierto humor, que a lo mejor el Padre Subirana, resucitado, haría temblar a más de una mujer en nuestros días...

14. ¿La quieres mamá?... Llega el Misionero a Esquías y se tiene que hospedar en casa de Doña Escolástica Flores. El Padre, sin más:
-¿Ha sido invitada su hija a un baile esta noche?
-Sí.
-Pues, no la deje ir.
La muchacha se enoja por la intromisión del Misionero. Y, aprovechando el movimiento de gente que venía a la casa para ver al Padre, se escabulle y se va sin ser notada. Pero el Misionero ―¡y vaya que si tuvo razón después!―, dice a Doña Escolástica, también malhumorada por el rigor del Padre:
-Prepárese para dentro de nueve meses...

15. Aquella mujer infiel... En el pueblo donde estaba predicando el Padre Subirana había una mujer que, dejando burlado a su marido, estaba viviendo en descarado concubinato con su propio padrastro. Igual que lo de San Pablo con aquel incestuoso de Corinto... El Misionero la llama, la exhorta, pero todo en vano. Hasta niega el hecho evidente y falta al respeto al Padre con gestos atrevidos. Pero el Padre Subirana, que era muy bueno, era también muy valiente, y esta vez iba a dar prueba de ello. Manda amarrar a la mujer por el cuello a un palo en medio del parque, y allí que la deja toda la noche... Quisieron algunos desatarla, y un muchacho que lo pretendió se escapó despavorido al parecerle que la tierra se lo iba a tragar. Porque se desató un huracán horroroso al que se mezclaron los aullidos de los perros, el rebuznar de los asnos y el cacareo de las gallinas...
Pasado el susto de aquella noche macabra, la mujer, ya sin el lazo del cuello, humilde y arrepentida, regresaba al esposo legítimo, que la acogía bondadoso...

16. Otra infiel más sensata... Predicaba el Padre en Trinidad. Acabado el sermón, llama por su nombre a una señora, manda que se retiren todos, y comienza el diálogo.
-¿Eres tú casada?
-Sí, señor.
-¿Cuántos maridos te dio la Iglesia?
-Uno, señor.
-Y cuántos tienes actualmente?
Cabeza gacha, y silencio total. La pobre, colorada como un tomate, no sabía qué responder... Pero el Padre le habla con cariño.
-Eres infiel a tu esposo porque él es manso y buen cristiano. Tu hermosura es tu mayor mal. ¿Cuántas mujeres en el mundo, hermosas como tú, son la felicidad de su hogar?... Dios le protege a tu esposo; y a ti el diablo te ayuda en tus maldades. ¿Juras ante este Cristo cambiar de vida? ¿Quieres que tu hogar sea feliz? Ten presente que en el cielo y en la tierra no se oculta nada a los ojos de Dios. Si quieres. yo te ayudaré a salvar tu alma...
La buena mujer no ocultó nada al Misionero. En adelante fue ejemplar cristiana.

17. Nueva multiplicación de los panes... Como las dos del Evangelio. Aunque no fueran panes, sino arroz, lo que esta vez se iba a repartir. En el rancho del camino real, y en el lugar hoy conocido por Rancho Grande, entre Esquías y El Espino, hoy llamado San Jerónimo, el bueno del Sr. José Hernández está preocupadísimo. Se presenta el Misionero y, como siempre al llegar a un puesto, aquel lugar solitario se llena de gentes venidas de todos los alrededores. El dueño del rancho tiene razón para angustiarse:
-Padre, ¿qué haremos con toda esta gente en este lugar solitario donde no hay donde comprar comida?
-¿No tienes nada en vuestra cocina?
El cocinero del rancho se adelanta a contestar rápido:
-No más que un poco de arroz.
-Pues, ponlo a cocer y lo repartes entre la gente
El Padre lo ha dicho con toda naturalidad, como si ignorase que allí no había más que unos puñaditos de grano.
Obedece el cocinero, cuece el arroz, empieza a repartir y todos quedan con el estómago lleno...

18. Los tres “Incrédulos”... El hecho está confirmado por varios testigos serios. Lo cuenta Don Rómulo Maldonado, de El Rosario, en el Departamento de Comayagua, como oído a su tío Don Margarito Castañeda, hombre casi centenario. Al predicar allí el Padre Subirana, tres tipos, que eran llamados “Los Incrédulos”, se burlaban del Misionero con redomada satisfacción. Iban cada noche a la iglesia, pero se quedaban en el atrio sin entrar, para reírse con más gusto. Su diversión especial consistía en ver a los tontos que rezaban el “Yo pecador” para confesarse. Un día se proponen irse de pachanga al lejano lugar llamado La Salitrea. Comida, trago en abundancia... Hasta que por la noche van al atrio de la iglesia como de costumbre. Y el Padre, después de rezado el Rosario con el pueblo:
-Que vengan aquí Don Domingo Recarte, Don Policarpo Pereira y Don Valentín Videa. ¡Que vengan!
Los llamados no tuvieron más remedio que entrar.
-¿Dónde han estado hoy? ¿En La Salitrea, no es así? ¿Y han pasado el tiempo riéndose del Misionero y de todo lo que hace, verdad?...
Se callaron los tres “Incrédulos”, que ahora no tenían más remedio que reconocer el don del Padre para adivinar las conciencias.
-¡Arrodíllense, preparen su confesión, y digan el Yo pecador!
Se confesaron. Pero Don Domingo se callaba un robo que le llenaba de vergüenza.
-Te callas un pecado. ¿Y aquella yegua tordilla robada, que trajiste de León?...
El mismo Don Margarito conoció a Don Domingo Recarte, que le confirmó el hecho. Confesados los tres “Incrédulos”, y adictos ahora al Misionero, lo acompañaron hasta Ilamapa y en el camino pudieron presenciar el auto de la Leona...

19. Una leona muy fiera... El Padre Subirana fue a misionar a Opaca. Todo muy bien, como en todas partes. Sólo que allí vivía una mujer llamada por todos La Leona. La admiraban y la temían. Unos cuarenta años, tan bandida como bella, que aprovechaba sus muchos encantos para seducir a un hombre y quitárselo a su legítima mujer, la cual vivía solita con sus hijos. Al saber que venía el Misionero se escapó del pueblo, pues le daba miedo el don de profecía del Padre. ¿Y si se mete conmigo?..., se decía.
Acabada la Misión, todo el pueblo, en procesión nutridísima, acompañaba al Padre que se iba para otro lugar. De repente se detiene el Padre, impone silencio al gentío, y grita:
-Vayan con cuidado, que nos vamos a encontrar una fiera. Es una leona.
A la vuelta del camino ven aparecer a “La Leona”, que regresaba al pueblo desde su escondite de aquellos días.
-¿Ven? ¡Ahí viene!...
Y a la fiera en cuestión:
-¡Mujer! ¡Qué bien que le pusieron por nombre Leona!...
La leona comprende y se vuelve mansita oveja. El Padre le dice ahora bondadoso y comprensivo, ante el estupor del pueblo, que admira en él a un ser supraterreno:
-Vete, devuelve el marido a su esposa y el padre a sus hijos.

20. ¡No te disfraces, que es inútil!... Acabada una misión, seguía mucha gente al Padre hasta la otra población que tenia que evangelizar. El Padre Rafael Viñals, Párroco de Tela, contaba lo ocurrido en una de estas peregrinaciones y atestiguado por Doña Paula de Cruz Quirós. Iba en la comitiva un hombre que temía ser reconocido y por eso se había disfrazado y cortado bien el pelo y la barba. Pero el Misionero, ¡que adivinaba tantas cosas!, hace detenerse a todos, y grita:
-Aquí hay un hombre que está en pecado mortal y no me puede seguir. Que se retire aquel que, siendo casado, vive a la vez con dos concubinas, pues, aunque se cambie la piel de la cara, yo lo estoy reconociendo...

21. El hechicero peor. Lo encontró el Padre en Ojos de Agua. Aquel brujo practicaba la magia negra en toda su extensión y hacia con ella un mal enorme. Durante la Misión había expectación grande en el pueblo: ¿Qué pasará entre el Misionero y el brujo?... Y así fue. El día dedicado a las confesiones, el Misionero manda a un joven que le diga al hechicero:
-Venga, que el Padre le llama.
-¡No quiero ir!
De nuevo el Padre:
-Vaya y dígale sin más que le siga. Le va a obedecer.
Así fue. Al llegar al templo, no podía esconderse: era tan alto que le pasaba al Padre media vara. Le llama el Misionero y él se acerca hasta el presbiterio. Pregunta directa:
-¿Vas a dejar esas hechicerías?
-¡No!
-¡Híncate aquí de rodillas!
-¡No quiero!
El Padre lo agarra fuerte y lo hinca a la fuerza.
-¿Que no vas a dejar esas brujerías? ¡Pues sabrás la que te espera!
Un tremendo grito hizo estremecer a todo el público y se sintió un denso olor a azufre. ¿Qué contempló el brujo? No se sabe. Lo cierto es que dejó sus hechicerías para siempre...

22. ¿Los mal casados con suerte?... Juan Barahona, sacristán del pueblo de San Francisco, estaba de mal humor con la doctrina del Padre sobre los matrimonios, según contaba la testigo Doña Paula García.
-¿Por qué los amancebados viven bien y en cambio los bien casados viven siempre peleándose?
El Misionero le habla compasivo:
-No, hijo, no. El enemigo siempre intenta ganar en lo bueno. Y yo te voy a convencer bien fácil. Esta noche vas a venir conmigo a visitar a dos familias.
Fueron a ver a un matrimonio que vivía en unión libre y le señala con el dedo la habitación de la pareja.
-¿Qué ves?
-¡Uy!...Llamas de fuego debajo de la cama.
Van a la otra familia, de un matrimonio legítimo, aunque los esposos, según se decía, se peleaban más de la cuenta...
-¿Qué ves en esa habitación?
­¡Oh! A la Virgen en la cabecera y a un ángel en los pies...

23. Ampollas en las manos. El hombre aquel abandonó a su esposa e hijos para irse con otra que le divirtiera más. Se encuentra con el Misionero, que le dice:
-No le quiero confesar. Vaya primero a casa de su esposa y pase tres veces la mano por el comal cuando esté bien caliente.
Un poco raro era aquello, pero el hombre obedeció. Al cabo de un rato vuelve con las manos llenas de crueles ampollas.
-¿Le duelen mucho, verdad?...
-¡Uff!...
El Padre toma un fino algodón, se las restriega, se curan por completo, y ordena al paciente:
-Ahora, sí; pero se vuelve con su esposa, deja de ser el haragán callejero, y cuida del hogar como buen esposo y padre ejemplar.

24. O gallinas o confesión. Encantador el hecho. Una mujercita llega de lejos hasta el pueblo donde predica el Padre. Trae consigo todo lo que tiene: un par de gallinas para que pueda comer el Misionero. Las deja en la casa cural, y va a la iglesia para confesarse. El Padre no la conoce ni la ha visto antes. Pero, apenas la mujer se arrodilla en el confesonario, le dice el Misionero:
-Acaba de llegar y me ha traído un regalito que le agradezco mucho. Pero es muy importante que se alimenten bien sus dos hijitos. Vaya a buscar de nuevo lo que trajo y lo guarda para sus muchachitos. Si no lo hace, no le puedo confesar...

25. Un buen trago de leche. ¡Hoy, sí: hoy me la bebo con gusto!, le dijo el Padre al campesino que le traía la leche recién ordeñada. Porque el día anterior se negó a tomarla. ¿Qué había ocurrido? Aquel buen hombre de Intibucá le trajo leche, y el Misionero no se la quiso recibir:
-No acepto su regalo porque maltrató a la vaca para poder ordeñarla y la castigó tan duramente que hasta la hizo sangrar. Mañana me trae un poco de leche de la misma vaca, pero sin castigarla ni hacerla sufrir, pues a los animales no se les debe tratar de cualquier manera, ya que son un don de Dios.

26. “Somos legión”. Esto es lo que podrían haber dicho los malos espíritus que se habían apoderado de Esquias, donde el Padre estaba predicando. Sabemos bien lo que el Misionero hubo de luchar contra el espiritismo y la brujería. Y ahora se le presentaba la ocasión de demostrar el mal que la hechicería causa en muchas almas. Un día dijo en el sermón:
-Aquí en Esquías hay toda una legión de espíritus malos y hemos de hacer plegaria especial para conjurarlos. Les invito a que mañana vengan todos a la iglesia.
Y la iglesia se llenó de gente. Mientras el Misionero hacía la imprecación, empezó a retumbar la tierra como en la erupción de un volcán, temblaba todo y las campanas repicaron sin que nadie las tocase. Aquello parecía el juicio final, entre el llanto, los gritos y los desmayos de la gente. La palabra imperiosa del Padre calmó aquel estruendo y serenó a todos, que se convencieron una vez más de los poderes extraordinarios con que Dios autorizaba a su Enviado...
La misma escena, con pocas variantes, se repitió en Orica, cuando empezaron a temblar las paredes de la iglesia y a desprenderse astillas del techo. El Misionero había interrumpido su sermón con esta pregunta, mientras sus manos sostenía el Crucifijo:
-¿Quieren presenciar el poder de Dios?
Todo se calmó al conjuro del Padre, que impuso la calma y devolvió la paz a todos.

27. Un libro comprometedor. También en Intibucá, donde el Padre se encuentra charlando con un grupo de hombres a los que deseaba catequizar.
-¿Están ya todos?
A la respuesta afirmativa del Comandante, replica el Padre:
-Falta Fulano. Quiero que venga.
Presente ya el interesado, le dice el Padre sin más:
-Usted tiene en su casa un libro lleno de herejías y de mentiras con el cual engaña a mucha gente. Vaya y tráigamelo.
-Yo no tengo ningún libro así, porque vendí el que antes tenía.
-No mienta. Lo tiene en la habitación, detrás de la puerta en una caja forrada de cuero.
Era inútil ocultar nada a aquel vidente iluminado por Dios. El pobre hombre fue por el libro, y para no verse en un apuro mayor, le arrancó las hojas más comprometedoras. El Padre, sin tocar aquel mamotreto, le dice algo irónico:
-Está bien que lo haya traído, pero no era necesario que le arrancase algunas páginas. Entregue el libro al Comandante para que lo queme en presencia de todos.

28. La confesión no es para animales... Se hizo famoso el caso de Don Felipe, el de Cacao que iba a Trinidad con su toro. Dos personas que venían de confesarse lo encuentran en el camino.
-¿Para dónde va, Don Felipe?
-Para Trinidad a ver si el Misionero me confiesa al toro.
El Misionero, al que nadie ha dicho nada, le dice apenas lo ve:
-Anda, Felipe, y trae a la iglesia el toro que has traído desde Cacao para que yo lo confiese. Pero antes, arrodíllate tú.
­Padre, reconozco que soy un malcriado. ¡Perdóneme!
El Padre le da unos coscorroncitos, mientras le dice:
-Lépero, levántate. Puedes desatar el toro...
Y todos supieron que Don Felipe hizo matar el animal, pero nadie le compró ni una libra. Salada la carne, y llevada a Omoa, tampoco pudo ser vendida allí, y paró como banquete de los peces del río y del mar...

29. “¡Cuidado con los falsos profetas!"... El Padre Subirana repitió estas palabras de Jesucristo en Jutiquile y, al cabo de setenta y cuatro años, por poco se estropea toda la obra de Dios... Los Padres Redentoristas Valentín M. e Ildefonso Carballeda van a predicar Misión en este pueblo de Olancho y se encuentran con el fracaso más total. Nadie quería ir a la iglesia. Nadie les daba ni de comer a los Misioneros. Porque los viejos del pueblo previnieron a los habitantes de la población y de los alrededores:
­¡No les hagan caso porque son unos emisarios del diablo! Ya dijo el Santo Misionero que vendrían falsos misioneros a arruinar nuestra fe.
Habían pasado muchos años, ¡y ahora llegaban los anunciados falsos profetas!... Los espiaban en los sermones, y estaban bajo amenaza:
-Se les pondrá una bomba como digan alguna cosa que no sea buena.
Dios salvó la situación valiéndose de una viejecita, que cantó el “¡Oh María, Madre mía!” y otros cantos tradicionales, los mismos que ahora enseñaban los nuevos Misioneros, los cuales eran iguales que “El Santo Ángel Subirana”.
La Misión acabó con esplendidez: 220 Comuniones y 15 Matrimonios. Y al partir los Misioneros para San Francisco de Becerra iban acompañados por toda la gente, como lo hacían en sus tiempos con “El Santo Misionero”...

30. Con señales de réprobo. Es terrible el caso, pero lo publicó La Luz, de Santa Bárbara, en Septiembre de 1952, con los datos de fechas y testigos.
Por Junio de 1859 se encontraba el Padre predicando en Colinas, cuando interrumpe inesperadamente el sermón:
-Escuchen, hermanos míos, los alaridos de un condenado que en estos momentos está agonizando en Santa Bárbara.
Así era. En aquellos momentos agonizaba en esta ciudad un hombre con todas las apariencias de un réprobo. Las reses se arremolinaban y mugían. Los perros ladraban y todo era un espanto. Simultáneamente, el auditorio del templo oyó varios alaridos prolongados y lastimeros que erizaron a todos el cabello. Don Manuel Baide Delgado aseguraba:
-Yo lo vi cuando estaba agonizando. Se le estiró la lengua, y se lamía pecho. Los animales armaban un alboroto espantoso. Y las gentes han tenido como un lugar maldito la casa donde murió.
Y Don Celso Reyes contaba:
-Yo oí decir a las gentes de aquel tiempo que ese hombre tenía tres cargos de conciencia: mató a un hombre en la aldea de Gualjoco; les cortó las ternillas a las bestias del Párroco para que no comieran, y, en efecto, se murieron; y cometió un ultraje muy grande contra una anciana, “que se arrodilló y lo maldijo”.
El Padre Subirana, ajeno a todo, contempló desde lejos el cuadro terrible...

31. Un tigre como el lobo aquel... Un hecho lleno de franciscanismo encantador, como el del lobo de Gubbio... Caminaba el Padre Subirana desde Comayagua hacia Yoro a través de la montaña de San Pedro, y hubo que hacer un alto en el camino para pasar la noche. Pero pronto les fue imposible a los del grupo conciliar el sueño. Los rugidos del tigre no eran nada halagadores. El Misionero, que permanecía sereno, da un cordón de San Francisco al sacristán, y le dice:
-Amárralo y me lo traes.
-¡Padre, que se me va a comer!...
-Vete, amárralo, y no tengas miedo.
El poder moral del Padre inspiró confianza al sacristán, y fue. Al llegar, la fiera se echó al suelo, se dejó atar y conducir mansamente hasta donde estaba el Misionero, que le golpeó cariñosamente, le reprendió por las molestias que causaba a los habitantes de la región y le mandó alejarse en paz. ¡Y con qué paz que durmieron todos!...

32. Tres días ante el confesonario. La buena Francisca Urrutia, de sólo catorce años, se vino desde la aldea de la Reducción, hoy Urrutias, hasta Orica para confesarse con el Misionero. Su hija Margarita, viva aún con muchos años cuando se recogió este recuerdo, lo narra con todo detalle tal como se lo oyó tantas veces a su buena madre. Pues bien, al llegar a Orica durante la Misión, se encontró con que el confesonario era atendido por otros Padres que ayudaban al Padre Subirana. Pero la muchachita se mantuvo firme:
-Yo no me confiero más que con el Santo Misionero.
Sin embargo, no la dejaban pasar, porque todos querían lo mismo. Al tercer día, y con la iglesia llena de gente, el Padre Subirana, que ni conocía ni había visto a la jovencita, grita desde el confesonario:
-¡Francisca, Francisca, acérquese!... Déjenla pasar, por favor, que la niña ha venido de lejos y lleva ya tres días esperando.

33. Velando por la salud de todos. El que hoy se llama Pueblo Viejo le debe al Padre Subirana la salud de que disfrutan sus habitantes. Nada más llegar el Misionero a este poblado, entonces llamado Guaimaca, les dijo a los moradores que no le gustaba aquel lugar y les ordenó trasladarse a otro sitio. Pero, antes de que lo hicieran, sucedió algo extraño. Mientras el Padre predicaba el sermón, todo el ganado de los alrededores se juntó en la plaza delante de la iglesia y se puso a bramar de tal modo que no se oía nada al predicador. Algunos hombres quisieron espantarlo de allí pero no conseguían nada. El Misionero, tranquilo, mandó cortar siete varitas, se las entregó a otros tantos niños, y, sin dificultad alguna, los chiquillos corretearon a las bestias. Las gentes, obedientes a la fuerza moral del Misionero, cogieron sus pobres ranchitos y colocaron las casas donde les ordenó el Padre, de modo que no quedó nadie en Guaimaca. Un siglo más tarde, ahora, todo el mundo da la razón al clarividente Padre Subirana.
Lo mismo les pasó a los de Cataguana. El Misionero se hizo traer dos vasos de agua, el uno de un arroyo y el otro de un manantial. Les invitó a observar el agua de ambos: la de arroyo tenía evidentes soluciones ponzoñosas y la otra aparecía cristalina. Les aconsejó que se cambiaran de lugar, y el poblado se trasladó a lo que hoy es La Estancia.

34. Un eclipse misterioso... Predicaba el Padre en Trinidad de Santa Bárbara, y a mitad del sermón se calla el Misionero por unos instantes.
-Hijos míos, dentro de un momento va a quedar todo a oscuras. Canten todos el “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”...
Era pleno día, y, por un momento, se volvió todo oscuro a la vez que rugía un fuerte huracán. Concluido el canto, el Misionero extendió los brazos, volvió a brillar la luz y todo quedó en paz.

35. Sotera la convertida. Después de dos días de predicación en Cacao, hoy Concepción del Norte, el Misionero dijo a grandes voces:
-¡Traigan a Sotera! ¡Quiero ver a Sotera!
Se trataba de una vieja corruptora de muchachas y que vivía a larga distancia. Manda el Padre a cuatro hombres para que se la traigan a como haya lugar, por las buenas o por las malas. Y por las malas hubo de ser...
-¡A mí no me manda ese tal Padre Subirana! ¡Yo no voy!
Pero los cuatro forzudos la atan a dos palos y la conducen hasta la presencia del Misionero, que ordena:
-Dejen a esa mujer en el suelo atada tal como la traen.
Y dirigiéndose ahora a la detenida y agarrándola de la oreja:
-¡Levántate! Sé que eres mala. Estás corrompiendo a criaturas inocentes y deshonrando hogares. Si no cambias de conducta serás una peste de la tierra. Dios quiere que te salves. Yo te voy a ayudar a salvar tu alma. Arrepiéntete y júrame que vas a ser buena en adelante.
La pobre mujer se arrodilla, besa el Crucifijo que le alarga el Padre, y jura delante de todos no volver a pecar. Y es fama que cumplió bien su propósito...

36. Un hereje condenado. Hacía tiempo que en El Pantano, lugar de Yoro, las gentes estaban aterrorizadas por una sombra enigmática que aparecía en las noches y metía un ruido a veces infernal. Le cuentan el hecho al Padre Subirana, que no titubea en ir al lugar misterioso. Invita al supuesto fantasma a que responda:
-¿Quién eres? ¿Eres de esta vida o de la otra?
-¡Soy de la otra!...
-Entonces ¿por qué sales? ¿Cuál es tu pecado?
Y siguió la voz de ultratumba:
-Yo en vida fui un hereje. Y estaba casado con una mujer santa, que no tenía otro pecado que el ser católica. Le había prohibido que rezara y que fuera a Misa. En mis ausencias no me hacía caso y se iba a la iglesia. Al regresar yo un día a casa no la hallé, porque ella estaba como siempre en la iglesia. Me enfurecí, le eché freno y con unas espuelas la herí seriamente. Desde aquel día, ella no podía comer y se entristeció tanto que sobrevivió muy poco. Cuando ella murió yo me bajé a ese barranco y ahí me ahorqué. Dios no me recibe en su seno y voy vagando como espíritu de Satanás.
El Misionero oye sereno la tragedia del espíritu. Pero levanta los ojos al cielo en súplica ardiente, y dice al fin:
-Yo te conjuro en nombre de mi Padre Celestial y te mando que te marches para siempre de estos lugares y dejes a sus moradores en paz.

37. Un buen estirón de orejas. El Padre Subirana quiso gastar buen humor con dos muchachos que habían robado algo y quisieron confesarse con él. Lo hizo uno, y, además de la penitencia, se llevó un estironcito en el cabello. Enterado el otro de lo que el Confesor había hecho a su compañero, dijo:
-Pues, a mí no me lo hace. A mí no me toma el pelo.
Dicho y hecho, se hace rapar la cabeza, que le queda como un melón, y va a confesarse tranquilo. Y al final, el Padre:
-¿Te queda algún pecado más?
-No, Padre.
-¿Ninguno? Sí, tienes otro que no quieres decir. ¿Así que te has cortado el pelo para que no te dé un estironcito?... Pues, toma un estirón de orejas, ¡y en paz!
Se ve que el Padre era muy especial en esto de adivinar a los que callaban pecados. Como a aquel tal Leandro, de Santa Bárbara, al que pregunta:
-¿Cuánto hace que no te confiesas?
-Varios años.
-Varios años, es decir: hace siete años, desde que a Fulano le quemaste el cañal...
O como aquel pariente de Don Fabián Quiros, al que le dijo, acabada la confesión:
-Y confiésate también de aquellos dos huevos que, cuando eras muchacho, le robaste a tu mamá...

38. La lluvia de peces, el milagro mas popular. Un fenómeno natural, todavía no bien explicado, pero que las buenas gentes lo cuentan hoy todavía con gusto y lo atribuyen a milagro del Padre Subirana.
Por los meses de Mayo y Junio, al principio de las lluvias, se formaba en el Noreste una nube densa y oscura que se iba desplazando lentamente hacia el Suroeste. Luego, como “una tempestad que anuncia destrucción y ruina”, se precipitaba con acompañamiento de grandes descargas eléctricas y terribles huracanes. Por toda la sabana del Pantano se formaban pequeños riachuelos en los que jugueteaban innumerables pececillos. Las gentes se aprestaban a verlos y a exteriorizar su admiración y alegría:
-¡Mírenlos, mírenlos!...
Y todos veían cómo los plateados animalitos, brillantes como perlas, se dirigían a los arroyos serpenteantes que los llevaban a los ríos para irse definitivamente hacia el mar... ¡Era un “milagro” del Santo Misionero! ...

RESUMIENDO. Podría seguir la lista. A poco que uno escarbe el terreno, cada día aparecen más hechos portentosos y más profecías del Padre Subirana, vivos siempre en la memoria y en las tertulias familiares y de los pueblos. Repito: ¿historias? ¿leyendas? Lo mismo da. Para el pueblo hondureño son todas un índice que les señala en el cielo al “Santo Misionero”, al “Angel de Dios”...
EL HEROE QUE SE RETIRA

“Mi bien no está en el suelo”, había escrito el Padre Subirana cuando estaba en plena acción misionera. Alma mística, iba buscando otro mar... Al fin, le llega el día soñado.

44. Oteando el poniente...
Vislumbrando el final, el Misionero tenía que reconocer con humildad, en la que tanto sobresalió, que el Señor había realizado por su medio obras grandes en Honduras. Esos prodigios, profecías y los resplandores que le circundaron mientras oraba, no eran sino señales externas de la verdad que se escondía dentro. Así lo iban a reconocer los partes oficiales apenas muriera:
- “Era un modelo de virtud, era un dechado de abnegación, era en fin un apóstol”.

EI prestigioso historiador Alvarado García resume su obra en unas líneas que son el blasón de un héroe:
“Su obra fue inmensa: catequizó a los indios jicaques, toacas, sumos, chontales, morenos, caribes y payas; a los ladinos, mestizos, zambos y mosquitos; los redujo a poblados, les enseñó artes manuales y agrícolas; dotó de ejidos a los pueblos; les construyó iglesias y les puso curadores, rezadores y maestros de escuela”.
El historiador había dicho antes:
“Les enseñó a los indios el cultivo de la tierra, la religión católica, las prácticas de la moral. Recorrió casi todo el país sin arredrarlo las ásperas montañas ni los caudalosos ríos, las enfermedades contagiosas ni la pobreza o miseria en que vivían sus feligreses. Había venido al mundo a predicar la fe y a salvar las almas, a mejorar las condiciones de los pueblos. En una palabra, a hacer el bien y a redimir a los que sufren”.

Pero el Misionero se iba al Cielo con un presentimiento doloroso. ¿Será siempre así la Honduras querida?... Entre sus profecías conservadas en el pueblo, se cita la de los extranjeros invasores. Aquí, prefiero copiar también al pie de la letra al historiador Alvarado, que trae así las palabras del Padre:
“No pasarán cincuenta años sin que este bello país de ustedes sea invadido por extranjeros de todas las naciones de la tierra: los sajones, los chinos y los judíos serán los primeros. Aseguren sus propiedades ejidales para que siempre tengan donde trabajar en común, porque los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Ustedes se descuidan por la facilidad con que viven, pero vendrá el día en que todo será distinto. Necesitarán mucho dinero para sostener la vida y eso lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero. Trabajen y dejen los vicios para que no vayan a perder su bella tierra”.

45. Caído en plena brecha
Cincuenta y siete años no son muchos para los que aún se pueden vivir. Pero Subirana llevaba una vida de trabajos inexplicable. Su organismo no daba para más y morirá “víctima de su celo”, como decía el Obispo Zepeda al Arzobispo Claret durante el Concilio Vaticano. Hacía nada más que cinco años había muerto en Francia el Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney, que tenía dicho: “Si un sacerdote muriese a fuerza de penas y sufrimientos por las almas sería una cosa bien hermosa”. Este fue el caso de nuestro Misionero. Sencillamente, no podía más.

En Noviembre de 1864 empezó con molestias intestinales que le iban minando las ultimas fuerzas. Visitaba con placer los encantadores entornos del lago Yojoa, mientras en una finca del Potrero de los Olivos ―hoy una aldea llamada Subirana del Olivar―, seguía el dueño maldiciendo al Padre Subirana:
-Lo odio, lo odio, lo odio de manera que si le viese lo mataba.
El Misionero, enterado de todo y soñando en una conquista por hacer, se le acerca a su casa:
-He escogido tu casa para pasar en ella los últimos días de mi vida sobre la tierra, que, por cierto, están ya muy cerca.
El pobre hombre se rinde. ¿Cómo es posible tanta valentía y tanto amor?... Y pronto ve cómo su propiedad es invadida por indios que vienen de todas partes al enterarse de la gravedad del Padre.

El dueño se inquieta ahora y se enoja porque le han consumido toda el agua, tan escasa en aquel paraje. Pero el Misionero le tranquiliza:
-No te preocupes. Te voy a dejar una fuente aquí cerca de tu casa.
Y sacando fuerzas de donde no las tenía, sale al campo, escarba en el suelo y brota el manantial que aún hoy sigue dando agua...
¿Acabó aquí el “milagro”? No; porque ocurrió algo más curioso. Había al lado un árbol manzano, y el Padre les encargó que no lo arrancaran, pues, si lo hacían, se secaría el manantial. Pero las gentes, poco a poco y a trocitos, se lo iban llevando como reliquia o recuerdo, y la fuente que se secó... En 1966 no había ni manzano ni agua. Hasta que en 1972 Doña María López, madre de Doña. Concepción Hernández de Bustillo, plantó un manzano junto a la fuente seca, ¡y en 1974 el árbol estaba lozano y la fuente soltaba otra vez el agua misteriosa!... Doña Concepción nos lo enseñaba en la visita que hicimos allí el primero de Mayo de 1991. ¿Qué queremos pensar?...

Sintiéndose morir, el Misionero Subirana hace llamar al Padre Norberto Castellanos, Párroco de San Francisco, y recibe de él los últimos Sacramentos. No posee nada, y sólo tiene para dejar como recuerdo a Doña Margarita, la dueña del potrero, su faja y el solideo o sombrerito...
Manifiesta su único remordimiento: la vanidad que sentía al montar con gallardía su caballo blanco. Ahora se lo ofrece todo a Dios. Y sin una queja, sin un suspiro, se duerme plácidamente en el Señor aquel día 27 de Noviembre de 1864.
No deja ningún testamento, porque no tiene nada que dejar, pero su voluntad ultima era clara y precisa:
-Quiero que me lleven a Yoro y me entierren allí.

46. ¿Había muerto el Padre Subirana?...
Eso de que lo enterrasen en Yoro era un encargo que había recibido Don Antonio Morejón, caballero distinguido y suegro del que sería Presidente de la República, General Luis Bográn. Él y sus hijas han conservado un recuerdo que, al estar cerciorado por personas tan serias, merece tenerse muy en cuenta. El Padre se hospedaba a veces en la hacienda de Chaiguapa ―propiedad de los Morejón y perteneciente a El Negrito―, con los que le unía estrecha amistad. Y como Subirana sabía de los síncopes cardíacos que le daban, temía que lo enterrasen vivo. Para evitarlo, pide a Don Antonio que, al morir, lo lleven hasta su casa y después lo trasladen a Yoro: de esta manera, en un viaje más que largo, habría muerto de verdad antes de ser sepultado.
Y esto es lo que hizo el amigo. La comitiva de los indios que fue a buscar al “difunto” hubo de detenerse en Chaiguapa, donde la familia Morejón realizó las pruebas pertinentes, y sólo el día 29, bien asegurada de la muerte del Misionero, dejó salir el cadáver hacia Yoro.


47. Una procesión triunfal
Conviene tener presente lo que contaban las honorables familias Morejón y Bográn. Lo cierto del todo es que los indios jicaques se encargaron celosamente de cumplir a cabalidad el deseo de “El Angel de Dios”.
El mismo día, sin pérdida de tiempo, colocan el cadáver en un tapexco y con él a hombros recorren los 150 kilómetros que separan a Yoro del Potrero de los Olivos. Cuatro días de camino, tal vez interrumpidos por la estancia en Chaiguapa, y el cadáver, expuesto al sol, al aire y al polvo, no exhalaba ningún hedor, según declararon bajo juramento en l937 cuatro testigos supervivientes, y hasta dicen que olía a limonarias, rosas y jazmines...

Una auténtica multitud esperaba los restos mortales de “El Santo Misionero” para enterrarlo dentro de la iglesia, donde permanecieron hasta 1937, cuando se exhumaron para trasladarlos, dentro de una urna, al sarcófago que se había preparado en la capilla norte dentro del mismo templo parroquial.

Misioneros Jesuitas norteamericanos cuidan hoy de la iglesia de Yoro y son los custodios de los restos mortales del Padre Subirana, que allí esperan la glorificación final de Dios... y también, ¡ojalá!, el reconocimiento oficial de la santidad del Padre por parte de la Iglesia.



CLARET ACERCA DE SUBIRANA

Debo decir que me tengo que hacer violencia para no copiar aquí al menos algunos de los muchos testimonios, bellísimos todos, sobre la santidad del Padre Subirana, que el Padre Garrido trae al final de su libro. Los tengo también a la vista y abundantes en la documentación recopilada por el Arzobispado de Tegucigalpa en 1937. Hay que dejarlos para obras de más envergadura que este librito. Pero no resisto a copiar lo que un Santo dijo de otro santo y que es un elogio sin par. ¡Se llega a citar tantas veces!...

San Antonio María Claret se encuentra en Roma, durante el Concilio Vaticano, con el Obispo de Honduras Monseñor Zepeda, que le habla de su compañero querido el Padre Subirana.
Claret le escucha con interés enorme. No se extraña de nada. Pero vuelca después su entusiasmo en una carta dirigida al Padre Xifré, Superior General de la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María, fundada por el santo Arzobispo antes de marchar a Cuba.
Es una de las cartas mejores y más proféticas que se conservan del Santo, porque enjuicia tan acertadamente el porvenir cristiano de nuestra América, con una frase que iba a tener mucha trascendencia para la vida de tantos Misioneros Claretianos.
La carta de Claret es la reproducción de un verdadero diálogo entre los dos Obispos.

-¿Qué me cuenta del Padre Subirana, mi compañero de Cataluña y Cuba?
-No se puede imaginar lo que llegó a hacer en Honduras. Formó muchos pueblos de aquellos indios salvajes a los que instruyó, bautizó y enseñó a trabajar y cultivar la tierra.
-No me extraña, pues conocía muy bien los felices resultados que dio en Cuba el librito titulado “Delicias del campo”, que yo escribí.
-Sí, “murió víctima de su celo”. Yo y todas las gentes le tenemos por un santo. Pasé la visita pastoral por todos aquellos pueblos que había formado el Padre Subirana y quedé asombrado. Para honrar su memoria quise que el pueblo principal de los que había formado el Padre se llamase SUBIRANA, y todos lo recibieron con gran entusiasmo.
-¿Así, que contento usted?
-A medias. ¡Ah! Si yo tuviera a lo menos cuatro Sacerdotes para conservar el espíritu de aquellos pueblos...
Al Obispo Zepeda se le nublaban los ojos, y Claret le prometía resuelto:
-¡Yo le escribiré al Padre General de los Misioneros!

Y, en efecto, San Antonio María Claret, que moriría antes de un año, escribió al General que lo tuviera en cuenta para cuando se pudiera hacer. Y a esta conversación entre Claret y el Obispo Zepeda sobre el Padre Subirana, se debe el famoso párrafo de la carta al Padre Xifré:
“Le digo que en América hay un campo muy grande y muy feraz, y que con el tiempo saldrán más almas para el Cielo de la América que de Europa. Esta parte del mundo es como una viña vieja que no da mucho fruto y la América es VIÑA JOVEN. Los Obispos que de allí han venido y a los que con mucho gusto he visitado y tratado, son muy instruidos y virtuosos y me inspiran mucha confianza. Yo estoy ya viejo y me basta que cambie el tiempo que me hallo fatalísimo; pues, que si no fuera por esto, allá volaba”.

Antes, Claret había recibido en Madrid noticias del compañero y amigo entrañable, y el comentario del Santo fue escueto, pero elocuente:
-“He tenido carta del Padre Subirana, que con sus Misiones hace prodigios en Honduras”.

Esos prodigios son los que nosotros conocemos ahora. Solamente queremos que tales prodigios sean reconocidos también por la Iglesia, al colocar en los altares a “EL SANTO MISIONERO” de Honduras, de Centroamérica. ¿Soñamos?...




















A. M. D. G.